XXXII (Una noche larga)

– ¿Cómo sabías que estaba en el Conventillo? – preguntó Hugo, sin girarse, huyendo la vista hacia la noche larga y pesada.

Úrsula no estaba dispuesta a jugar a las evasiones y los desquiciamientos.

– No sé si te acordás que hoy hacen tres meses de la muerte de Marco… – un nudo en la garganta, un frío en el útero, una negrura en el pecho –. Y vos… aislándote, inventándote fantasías autocomplacientes para no enfrentarte con el hecho terrible e irrevocable de que nuestro hijo falleció. Y yo te necesito. Y vos me necesitás a mí, no a un puñado de alucinaciones sin respuesta pero con un boleto gratis al Borda: la opción fácil de deshacerte de todo, de todos; de ocultarte definitivamente. De dejarme sola, flotando en un duelo y una bronca. No podés seguir mirando la plaza Las Heras como si fueran Los Champs Elisses, o La Kurfurstendam o la mismísima puta que lo re mil parió – porque sé que andás por esos lares, te conozco.. – la voz violeta en do menor subiéndose por el atardecer.

© Marcelo Wio

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