XXIV (Una noche larga)

Y ahí están, los malditos (o benditos) dos metros veinticuatro centímetros; estoy con Ilse, un poco Erna Sacks, en la Kurfürstendam. O tal vez en un espantoso símil de bar en Dresde, y Úrsula ahí, estancada en el sillón. Sabe muy bien que ando lejos, aunque no sepa muy bien con quién ni por dónde. Alguna vez me entrevió con otra figura, pero sólo para rellenar los doscientosveinticuatro escaloncitos con pasos, con sonidos; aunque fuese para asustarse un poco: ruidos de pies firmes, sin prisas, seguros (demasiado seguros para pertenecer a una exterioridad), que retumban en la estrechez del pasillo que conduce al 2ºE. Un miedo inútil, porque seguramente sería el mariscal MassimoDal Ponte, el viejo que aparecía para reclamar el derecho inalienable a una deuda cuya obligación había pasado de madre a hija (de Mädi a Úrsula), aunque la hija no hubiese tenido ni voz ni voto, sólo Trieste con niebla en una despedida con reproches y amenazas y hagocualquiercosa – porque el mariscal aseguraba ser capaz de todo, y los ojitos que hasta entonces parecían apagados por las cataratas emitían un desparramo de lucecitas que te dejaban inmóvil, que ni Bela Lugosi.
Pero Ilse ahora me tira todo el aliento cálido de whisky y tabaco y un poema de Nichita Stănescu cuando se me cuelga del brazo camino de Alexanderplatz a cumplir con un rito de esos que nacen en la mesa de nerolite del Conventillo. Porfiamos el equilibrio (porque yo mismo tengo mi buena dosis de whisky dudoso encima) contra el frío de hojitas unterdenlinden resecas y copos de nieve (¿o hielo?) que caían. Y entonces no veo la hora de volver a Buenos Aires, a pesar de Úrsula – o porque justamente Úrsula – y los escaloncitos por los que sólo se puede colar el mariscal, guiado por un sentido de la orientación que porfió en Trieste.
Ando ostentando esta capacidad de intromisión en el tiempo para deshacerme de la latencia de la sensación, del impulso, que me conduce a difamarme ante mis espectros… ¿Qué? En fin. Como sea, de repente, enganchando una de esas conexiones imprevistas, me acuerdo de unas palabras de Jalil (pertenecientes a cualquiera de las tantas charlas que tuvimos – a veces me da la impresión de que con él es una sola charla en etapas -) referidas al diario de Roberto Molinari (uno de esos objetos que siempre lleva consigo), que le llegó a sus manos casi por casualidad, dice, porque conocía a fulano de tal que era amigo de mengano – y aclara que el hecho de que Neporino e Ireno y Stephanie y Mercedes (Silvia), justo en ese diario, todo una casualidad que ni alineando a todos los planetas y el Haley bailando un swing -.. En definitiva, las palabras que desembolsó, como si me estuviera pagando una deuda o haciéndome un préstamo, fueron: “A nosotros nos dieron un tiempo suplementario, una especie de bonificación para seguir participando; y mirarnos, acá estamos reproduciendo la misma farsa, haciendo acopio de unas cuantas santurronerías que nos valgan para la jubilación definitiva. Nos evaporamos y seguimos creyendo que lamer heridas inventadas y fáciles es libar”. No recuerdo por qué me lo dijo, ni en qué contexto. Tampoco sé por qué lo traigo a colación ahora, pero obedezco las zancadillas del subconsciente, las acato. Ante mis espectros…

© Marcelo Wio

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