El historiógrafo Vladimir Tínput y el experto en literatura rusa Anatoli Protásivo han publicado un extensísimo y muy documentado trabajo que da por tierra con una de las mistificaciones más exitosas de la revolución rusa: (Nikolai) Gogol
Karl Marx, en un apéndice a El capital, había advertido de “la peligrosidad del fútbol para el despertar de la conciencia proletaria”. En un escrito de apenas dos páginas, refería que la revolución industrial inglesa, una revolución capitalista en toda regla, no había sido un evento casual que se había ido desarrollando progresivamenten, sino un programa largamente diagramado por la alta burguesía británica. Dicho proyecto era de “una lucidez diabólica”, escribió Marx, e incluía una serie de elementos destinados a controlar cualquier oposición social a sus planes. Uno de esos ingredientes, era la creación de una actividad que acaparase y canalizase las pasiones de las masas trabajadoras: el fútbol.
Las advertencias de Marx llegaron a esa Rusia de inicios del siglo XX, pero lo hicieron tarde. El balón pie ya había prendido entre el proletariado. Así pues, varios tempranos dirigentes bolcheviquies y mencheviques y de los otros que había agitando por ahí, se decidieron a impedir que dicho deporte saliese de las pocas ciudades a las que aún estaba reducido. Actuaron rápido, pero no lo suficientemente. Una palabra, que era como una un encantamiento, ya se había derramado: Gol.
Fue Válery Rachkovskie, un joven procedente de la ciudad de Ufá, el que dio con la solución. No había que negar lo que existía, lo que se había filtrado. Tan sólo había que disvincular esa mínima unidad lingüística del nocivo hecho deportivo. En definitiva, había que aprovecharlo, pero transformándolo. Convencer a las gentes de esas lejanías atrasadas, que había llegado sólo una parte de la palabra, que era, en realidad, Gogol.
Sí, pero qué es Gogol. No, qué; sino quién. Será un escritor, cuyos textos utilizaremos – es decir, interpretaremos, ora como como sátiras de la burguesía rusa, y otrora como escritos propios de un fanático religioso, por ejemplo, según las necesidades del momento – según nos convenga para reorientar las opiniones, los estados de ánimo; para exaltar tal o cual virtud, para denostar tal otra.
Muy bien, dijo alguno de los que estaba reunido en ese conciliábulo. Pero para que haya un escritor, debe haber una biografía y, sobre todo, unos escritos. No hay problema, respondió Válery, yo reuniré un equipo para redactar unos cuantos trabajos y pergeñar una biografía, que será anterior, claro está, a nuestras intrigas.
Así pareció en la literatura rusa el inexistente Nikolai Gogol. Que finalmente, y al poco tiempo fue incorporado como una realidad del pasado reciente. Ni Válery ni ninguno de los que fueron creando la obra del “escritor” y su “biografía”, ni ninguno de los que conocía el ardid, se imaginaron que aquella creación llegaría a engañar a todo el mundo, al punto del convencerlos de su existencia real sin más trámite que el de publicar los textos.
A todo, menos a quienes en realidad iba dirigido. Para ellos, aquella figura, algo ajeno; irreal. A tal punto inexistente, que en ciertos lugares del corazón de Rusia, hasta la década del 1980, cuando un equipo de fútbol marcaba, no gritaban la palabra, “gol”, sino, acaso por desconocimiento, por confusión o, más probablemente con esa ironía fina de los siberianos, gritaban “gogol”.
En definitiva, el plan no tuvo ningún éxito: el fútbol fue ganando adeptos y fue utilizado por los líderes soviéticos en cuanta oportunidad tuvieron. El único logro fue hacer pasar por real una invención, y sumar una figura literaria al parnaso ruso. Hasta hoy.
A modo de apéndice, Tínput y Protásivo señalababan que de ahí mismo – por la influencia de la inmigración rusa – procede (del gogol gogol gogol) el golgolgolgolgolgolgooooooool de los relatores del Río de la Plata.
@ Marcelo Wio
Dejar una contestacion