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Su perfil derecho era de un cubismo despiadado; líneas rotundas y precipicios abruptos. El izquierdo, un difuminado impresionista sin particularidades (brochazos y puntos al tuntún, acumulación de pigmento aquí y allí que concurrían en conformar una vulgaridad tajante), como si fuese una generalización abstracta de los perfiles humanos. De frente, más bien Magritte: un algo siniestro e indefinido que ocultaba sus rasgos (lo que bien podía interpretarse como una verdadera obra de caridad por parte de la biología) y no permitía definir sus características personales. Era realmente difícil decidir si se trataba de una persona o de un mueble más de la casa. Como fuere, algunos la llamábamos Elenita. Otros, en cambio, Emilio.
© Marcelo Wio
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