La Historia tiene hechos diminutos, de esos que ni siquieran llegan al catálono de cronologías. Sucesos sin consecuencias trasvasadas. Partículas de algo que no llegaron a ser sustancia. Apenas anécdota que va sucumbiendo al peso de lo mucho: el olvido.
Uno de esos acontecimientos mínimos tuvo lugar en algún lugar de lo que hoy es el Tíbet (y antes también, aunque sus habitantes no lo supieran). En un valle donde a nadie se le ocurría ir como no fuese para buscar silencio y extravío, un grupo de hombres erigieron un retiro – apenas una tienda apresurada.
Los monjes de Alkaj, así se denominaron. No se sabe por qué. No se ha encontrado ninguna tal palabra en ningún idioma o dialecto de la región. Tampoco es anagrama de ninguna sensatez o indicio. No dejaron constancia de nada. A excepción del fundamento que coagulaba el vínculo: su negativa a respirar. Poco interesa entrar a mencionar los métodos – por demás ordinarios – para conseguir tal fin. La cuestión es que se extinguieron rápidamente, y que sólo hubo una única generación de monjes: su mensaje (el que fuera que motivaba esa asfixia) se ahogó con ellos.
© Marcelo Wio
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