
Mundo de mujeres: de Alicias maduras y desencantadas de asombros fatuos, henchidos de indiferencia que les ofrecen como triunfos y ramos y adoraciones. Habitando las ruinas de un escenario corrompido: de tiempo, lento; de hombre, sin mesura.
Espejo aberrante: sin rostros a los que responder, sin posibilidad de inquisición, de huida: territorio desligadodesligándose de todo: deriva de mujeres continente.
Sin región. Sólo miradas anteriores a ellas: de dilatada andadura por el centro: punto que se niega infinitamente a una nada. Desasombradas del pecho sin latido del pasado, de la estafa imprescindible del presente: cenagal de carbonos y prepotencias.
El aire. Ahora. Y luego. Siempre. Escarlata. Deslucido por el desgaste de ese ir y venir, de las mujeres, por esa patria de gineceos sin resquicios, de sequías inútiles: pura exageración; escenificación hiperbólica de ese comercio de placentas y dolores y rescates y voces relegadas al envés de una servilleta de café; anverso del verbo.
Ellas. O ella. Se confunde uno, a veces, con esta mirada tan genital: y acaso una imprecisa presencia que termina por diluirse en cuanto uno cree saberse a salvo: de uno, de todo; pero sobre todo, de su ausencia (la de ellaellas: a salvo, en su mundo).
Ahí anda mi mirada anhelo. Tras ellaellas – o su ausencia, que cada vez es más ellaellas. Siempre. Desesperada, la mirada. Como si una gravitación la forzara. A orbitar nada. Una salpicadura de arrepentimiento: mundo que no fue urdido para evitar iteraciones fatales.
© Marcelo Wio
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