Tour (breve escena no teatral)

Casi genuinamente parisino, dijo. Pasable, agregó, como si estuviera tasando un objeto de escaso valor, pero de engañosa apariencia. El viento le despeinaba el pelo fino es escaso. Es París, le dijo la mujer, observándolo sorprendida, sin saber si era una de esas bromas sin gracia de su marido, o si era su marido en estado puro. Pues qué decepción, concluyó él. ¿Cómo?, si acabas de decir que era genuinamente parisino. Sí, pero pensaba que era otra ciudad; pero siendo la propia ciudad la que se parece tantísimo a sí misma, es de una redundancia vulgar, ofensiva incluso. ¿En qué otra ciudad pensaste que estábamos? En Praga, o Budapest, alguna de esas, con río y puentes; no sé, estos viajes programados son una agresión a los ciclos circadianos, a la sensibilidad: todo es el mismo informe lugar común, un poco como debió ser el sueño de todo déspota europeo, ¿no? Qué sé yo lo que pensaban los locos esos.

Callan.

Así se quedan un rato, de pie en la cubierta exterior de un bateau mouche, contemplando sin prestar atención, apenas cumpliendo con el rito turístico, el tributo para poder decir “estuve” (privilegio que en realidad dura, como mucho, la primera semana, o lo que se tarde en visitar a amigos y parentela); incapaces de asombrarse, esas miradas de souvenir (hechas en China; como dice en la base de la mismísima Torre Eiffel – levantando un poco una baldosa en el pilar noreste se ve clarito). Mirá, ese el Louvre (pronunciado Lubre; y quizás él piense, imitando el tono de publicidad radial de transmisión de partido de fútbol, un Riverito acelerado: “Lubre, el lubricante que tuvo la delicadeza de negarse a aparecer en la película El último tanto en París”), el museo, dice él o ella, el viento dándole fríos sopapos a ambos y a sus palabras (a quién se le ocurre venir a Europa en invierno, han comentado ambos en varias oportunidades a lo largo del viaje – paquete “Capitales Europeas”). El agua, che, tan roñosa como la del río de la Plata. Y la arquitectura, como en Buenos Aires, aunque menos variada. Al final, uno sale de viaje para encontrar lo mismo que casa. Sólo que allá no prestamos atención. Y lo minusvaloramos. Cierto… ¿Mañana toca el Louvre? Sí. Uf. Te digo que si no estuvieran las Meninas, que tengo tantas ganas de ver, hacíamos algo por nuestra cuenta. Yo es por ver a los impresionados. Impresionistas. Esos. Qué frío, che, vamos para adentro, total lo que había que ver ya lo vimos. No veo la hora de meterme en el hotel. Cómo me quedaría mañana, estoy podrido (o podrida, es imposible discernir) de este bendito tour. Y yo.

Abandonan la cubierta exterior. El alumbrado eléctrico de París comienza a encenderse.

Dentro hay un hombre que habla en castellano. Dice algo sobre el Louvre y un rey y una guerra y una estatua y nadie le presta atención y él aprovecha a intercalar porciones apócrifas para ver si alguien se da cuenta, pero ya sabe que no, que las suyas son muy borgeanas: más verosímiles que las reales.

El bateau mouche pasa debajo del Pont des Arts que obra como telón insuficiente; pero telón al fin.

© Marcelo Wio

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.