El fisiólogo, horticultor y monje capuchino Pietro Giulio sostenía en su Tractatus De Rerum Natura que el miedo es de hecho un órgano transitorio (timor reticulum) que se forma mediante el “secuestro” de regiones muy específicas del estómago e hígado (de ahí, explicaba Giulio, esa sensación de “vacío” en la región abdominal superior, que termina por interesar también al esófago y la laringe), que pasan así a segregar las sustancias activas del reticulum – que “se cree que actúan alterando las funciones cerebrales de la percepción y la interpretación de los estímulos externos, así como también, haciéndose con el control de la memoria, y por ende, del material necesario para degradar la voluntad y la propia estima con el fin de amplificar fácilmente la sensación de temor”.
La locura, aventuraba el monje, es producto de una “solidificación del miedo” [es decir, la permanencia del órgano reticulum], con la consecuente secreción ininterrumpida de sus compuestos, que terminan por perpetuar un estado de pánico y horror insostenible para la razón.
© Marcelo Wio
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