Seguimos perdiendo aquella derrota
una y otra vez,
con cada amanecer como si ocurriese nuevamente
la retirada inopinada, antes incluso de que haya motivo
de contienda – antes de que se afilaran
los rencores intransigentes y el orgullo violento – sucede
la capitulación inevitable, firmada sobre el dorso de la anterior
(o la misma, que acontece ininterrumpidamente), con caligrafía
resignada, apurada por volver a inscribir, a desparramarse
sobre el futuro que siempre es presente y ofensa.
De las fosas se levanta la muerte para emprender la muerte,
y, a pesar de todo, hace creer que hubo ayer – hilacha
de existencia y munición sin nombre, como lo nuevo
que espera la fascinación que lo designe, así,
como si no pesara, sobre campo herido gritando
un silencio o una interpelación.
Seguimos suspendidos sobre nosotros mismos, observándonos
como si fuésemos otros que aún pueden evitar el rumbo que trazan
para sí – persuadidos de que es para otros -, separados
de la vergüenza y del juicio, apenas una posibilidad
que no fue: restos para el coágulo, para el amontonamiento,
para la sepultura sin renglones ni Dios.
© Marcelo Wio
Dejar una contestacion