
Sabía que era imposible, y aún así obró. Sabía que ni siquiera Dios lo había logrado – aunque hubiese convencido a hombres y mujeres de lo contrario. Era imposible crear vida. Pero pensó que sí podía inventar un hombre.
Para ello creó un idioma: un vocabulario y sus particularidades, su pronunciación singular. Todo ello, conjerturó, conformaría el molde de unas determinadas características y cualidades, de una idiosincrasia común: de un ser humano.
Pero no, ni así.
Finalmente, constató con tristeza, todos terminan por parecerse – acaso, obedeciendo a una biología, o lo que sea que habla un lenguaje tan sencillo que prescinde de voces: meros nacimientos y defunciones, y en medio, un territorio para la desesperación, que se intenta camuflar de búsqueda, de voluntad y propósito, de emociones y pulsiones.
© Marcelo Wio
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