La obra

Ve Dolménica ve, que ya me encargo yo de cantar la melancolía. Ve a los brazos del atónito hijo de Magnus, que tan poco comprende los entresijos de la vida. Ve a los brazos de todos aquellos que, dices, necesitan un auxilio del espíritu. Siempre tu auxilio. Porque no veo a otra mujer del pueblo que se apresurara a esas pretendidas solidaridades.

Que es usted un ingenuo, me dice Olsen. Por decir lo que quiere decir sin tener que caer en el recurso de lo explícito. Que Dolménica, dice, está hecha de otras vitalidades; más líricas y, a la vez, más mundanas.

Pero qué me queda, Dolménica, si no me aboco a esta ridícula e inverosímil candidez: el igualmente infame recurso del honor ofendido: la soledad igualmente burlada – disimulada, a mis espaldas; tal como ahora. Los instantes de ti, podría decir, mentirme, me bastan. Pero no. Porque los hombres estamos hechos de pavor a la indignidad, entre otras inexplicables hebras de la urdimbre.

*

¿Cuánto falta para que termine?

Shh…                                                                                    

Lo que tardas en pronunciar shh, respondías un número y una medida de tiempo.

Calla, coño. (Y de la fila de atrás, un shh, que pareció un eco tardío, como si estuviera ya fallando). Falta poco.

Pues ya van casi tres horas… Qué digo casi, van tres horas y trece minutos.

Caballero – desde la fila de atrás y la de adelante -, haga el favor de callarse/silencio, por favor (las palabras superpuestas pero inteligibles).

*

Dolménica, dime si tuvimos años o meses dichosos, en los que nos bastábamos el uno al otro. Ya a tientas ando en mi propio pasado reciente, como temiendo encontrarme con restos de una verdad que había cancelado. Dímelo. Y cuando lo hagas, hazlo con piedad: falsifica benévolamente; o acicala con el prestigio de las sagas y los largos poemas. Concédeme esa caridad.

*

Joder, como para no enchufarle un buen par de cuernos al tío este – susurrando.

Mario, calla ya. Si no te gusta, salte de la sala.

Hombre, me he comido ya tres horas y punta, me voy a salir ahora, que quiero ver si alguien le canta las cuarenta al tonto del culo ese.

Es un personaje.

Me da lo mismo.

Shh – desde atrás, adelante, los costados y el propio escenario.

*

Oh, Freyr, por qué te atormentas con las ideaciones de tus horas ociosas; por qué escuchas los parlamentos maliciosos de quienes abusan de tu amistad y tu bondad. Te he explicado mi tarea. Incluso me has acompañado más de una vez, y has visto desde el amparo de una cortina o una ranura, que apenas asisto a aquellos que solicitan mi ayuda a comunicarse con sus propios resquemores tiñendo mi participación de rito, de mistificación antigua.

*

Y encima presenció. Esto no se sostiene por ningún lado – otra vez Mario. Ya no un susurro.

A ver, caballero – el actor que interpreta a Freyr -, el autor de la obra no está aquí para que le comente sus impresiones; nosotros interpretamos el texto. Así que, usted, que es espectador, mire; y si no le gusta, salga. Es muy sencillo.

Lo que le pasa a este señor – terció la actriz que interpreta a Dolménica -, es que se ve identificado con Freyr…

No diga pavadas, señora.

Lo dicho. Está claro. Cualquier cosa que le recuerde su propia circunstancia lo exalta… – la mujer.

Ni siquiera tengo pareja – Mario con una risita extraña, nerviosa.

Pues te habrá dejado después de adornarte bien adornada la frente – la mujer, disfrutando.

Por qué no te vas a tomar por culo…

La mujer rió satisfecha: la gente pensaba que con esa fórmula tenía la última palabra. Apenas ofrecía una constatación ordinaria de derrota.

Un aplauso unánime se inició en la sala. El público se puso de pie y continuó aplaudiendo. Mario observaba a su amigo atónito. En el escenario, los intérpretes no sabían cómo reaccionar – a la mujer, la sorpresa le hurtó la placentera sensación de triunfo retórico. El actor tomó la mano de la mujer y comenzó a saludar, y extendió el brazo en ese gesto que hace extensivo el mérito, hacia donde se situaba Mario, aún sentado.

Por fin se levantó Mario, cogiendo del brazo a su amigo para que se hiciera cargo de su parte del éxito. Los aplausos no paraban – si eso, acaso se incrementaban (como si alguien hubiera llevado unas palmas extras y ahora, visto que la circunstancia ameritaba aumentar la expresión de satisfacción, las pusiera a trabajar.

El hombre que interpretaba a Freyr le hizo un gesto leve a Mario que pretendía significar: pasa luego por camarines. Mario asintió movido por la emoción que le provocaba esa ovación sincera.

© Marcelo Wio

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