Irresoluto

Peter Blake,Tattooed man I, 2015

 

No sabía bien qué. En cambio, tenía claro que tenía que ser pequeño, ubicado en un lugar apenas visible incluso en traje de baño. Era apenas un homenaje – sabía que era más una excusa, que era algo que quería hacer, o que tenía que hacer: sumar experiencias. Quizás las iniciales del abuelo paterno, con el que tanto había compartido de niño: Presbiterio Herminio Pasquale; PHP con algún diseño que, vinculando las letras, las transformara en algo parecido a un símbolo.

Nada que superara los tres o cinco centímetros. Un testimonio. Algo para sí y para su abuelo. Eso tenía en mente. Lo tuvo durante unos cuantos meses, casi un año, mientras se decidía; y también lo tuvo cuando entró en el local y dijo, como si estuviese contratando a un sicario, que quería hacerse un tatuaje. Lo tuvo claro mientras esperó a que viniera el tatuador. Mas, en tanto aguardaba, el tamaño del tatuaje se fue reduciendo considerablemente junto con su determinación o coraje. Estuvo incluso a punto de irse. Dos minutos más, y se marchaba. Pero la tatuadora ya estaba allí, ante él, estirando la mano fina y suave para saludarlo y, a la vez, decir su nombre con lo que, que él, le pareció la voz de mujer más significativa. Así lo pensó: significativa. Porque era medido hasta en la más íntima de las intimidades. Lucila. Ese fue el nombre que dijo. Entonces el supo que quizás cinco centímetros y tres iniciales era algo así como ir a París para quedarse toda la estadía en el hotel.

Un par de meses después, cuando aún contaba con que le quedaban unas cuantas sesiones – es decir, suficiente territorio de piel por cubrir -, aún no había dicho más que las pequeñas cotidianeidades de holas, qué nubes qué humedades qué soles, qué cara esta la cebolla y el zapallito y ni hablar de la carne y adioses hasta la próxima. Y como cada vez se le hacía más evidente que no había manera de lograr congregar el arrojo para decirle a Lucila que si eso, al terminar, qué tal si se van a tomar unas cañas, ya empezaba a arrepentirse del tatuaje, o, mejor dicho, del ya intrincado arreglo que diseños que, le explicó Lucila, representaban un poco la historia o la cultura del tatuaje en diversos momentos y lugares del mundo – a lo que él apenas asintió un ajá, o algo por el estilo; porque la timidez impone parquedad y porque la aguja le estaba haciendo conocer una forma de dolor que no se había manifestado hasta el momento.

El último día (vaya a saberse comienzo de qué), con el cuerpo cubierto – excepto la cabeza, último vestigio de sí mismo – con una historia que ni le había interesado entonces ni le interesaba ahora, se dirigió a la puerta como quien cruza un Rubicón o una frontera, algo por el estilo, entre inexorable y no tanto, aunque para él, siempre tanto y más. Lucila lo acompañó a la puerta apoyándole una mano en la espalda, pero no como quien anima al sujeto a marcharse, sino como quien sabe que no puede retenerlo. Eres mi mejor trabajo, le dijo, mientras la mano resbalaba unos centímetros, entre la esperanza y la resignación, y terminaba por desprender el contacto. Soy tu hombre ilustrado, dijo él, odiándose profundamente porque esa frase no era para esta despedida tan irrevocable, sino que debió haber sido pronunciada mucho antes. Sí, dijo ella; la puerta casi cerrándose. Él aún permaneció en la acera pensando: la invito a una cerveza. Pero transcurrió demasiado. ¿Demasiado para qué?, podría preguntarse cualquiera; a fin de cuentas, sólo es cuestión de entrar – qué importa cuándo – y de decir aquello que se andaba rumiando. Pero ese adjetivo indefinido resulta una medida absoluta, un dictamen irrevocable: pero si estuvo un año yendo habitualmente a tatuarse con la excusa de verla y de congregar, o fabricar, más bien, la audacia – tanto precisaba el pobre – de invitarla a salir. Cada vez que salía de su casa para ir a local de tatuajes, pensaba que sería la ocasión en que se atrevería, en que podría dejar de ser levemente él, lo suficiente para pronunciar esas palabras livianas que, para él, bien podrían ser un destino. Distinto del que había terminado de dibujar (nunca mejor dicho) para sí.

 

© Marcelo Wio

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