Instante Ramira

Ramira, toda bolita de frío, lana y algodón, caminaba por la calle Tres Sargentos cuando, a mitad de cuadra, su bufanda estornudó. “Salud”, dijo ella, automática, reflejo de cortesía. Entonces recordó (o, más bien, creyó recordar) haber escuchado en la radio que días atrás una bufanda había atacado a su dueño y lo había asfixiado, o algo por el estilo – una falta de oxígeno había en el asunto -. En ese momento le pareció una exageración periodística, una de tantas; por todos es sabido que las bufandas son los seres más leales y fieles que existen, no en vano se las llama “las mejores amigas de la humanidad” (al menos en los lugares con un invierno que se digne de ser tal). Debía tratarse de una bufanda que sufría de un fuerte trastorno, producto de algún tipo de maltrato por parte de su dueño: cada vez más, había gente empecinada en lucir bufandas en pleno verano, como una extravagancia de la moda. Ramira no podía comprender esa insensibilidad… Acarició a su bufanda y suspiró un “en fin” y prosiguió su camino. Toda la escena no duró más de dos o cinco segundos, y no tuvo consecuencia histórica alguna, pero parecía menester retratar ese pequeño instante, ese gesto de cariño, de agradecimiento, en una época en que tales gestos no abundan.

© Marcelo Wio

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