Detrás de las circunferencias que desde entonces hemos trazado, el silbato de un tren y el murmullo de unos pasos livianos, ya no del todo de aquí. Circunferencias sin centro ni vinculación consigo mismas: como una recta o una fe. Sin premeditación: simplemente comenzamos a fingir andares rodeando el territorio de los sucesos.
Hay un espino reseco. En el centro del círculo.
El centro es una memoria.
Y en el centro de la memoria hay una vergüenza.
Y en la periferia la redención del olvido.
En los suburbios se labra una memoria de la memoria: probabilidad de repetirla como si nunca.
Acaso el contorno no sea la desmemoria. Sino, antes bien, su justificación. Su exaltación.
Perímetro del perímetro: infraestructura para disimular el trazado de aquellas vías. Pura violación de lo orbicular. De la evasiva.
Pero siempre vamos hacia…
Siempre. Inevitablemente. Todo movimiento es, finalmente, centrípeto: obediencia a esas vitalidades de la raza.
¿Cuán cerca estamos?
Cerca. Cerca. Nos convoca. Nos convocamos.
La circunferencia cada vez más estrecha.
Más íntima. Más inevitable.
Más terrible.
Hacia la memoria sin recuerdo: sin culpa ni arrepentimiento. Exaltación del orgullo recompuesto. En el contorno.
© Marcelo Wio
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