Adiós, Palmira

 

Me va a disculpar, Palmira, pero no sé qué le iba a decir. Tal vez adiós. Acaso, hasta luego. Probablemente, me iba a marchar sin mediar verbalización alguna. Ahora mismo no lo recuerdo. Lo prudente, pues, será marcharme, para no incurrir en más equívocos. Quizás, más adelante, perpetre un llamado. Tal vez no. No lo espere con esperanza. Más no deje de esperarlo – es decir, recuerde que anduve por su vida; y que, habiendo andado, acaso repitiese tal errancia. Quién sabe. Ya ni de los caprichos puede uno estar seguro. Uno cree conocerse, y le sale un impulso que no tiene nada que ver con lo que uno venía siendo hasta el momento, y que a saber de dónde surge. Ahora mismo uno está más por el adiós y, de pronto, en unos días, la certeza se desvanece y surge el deseo de volver a verla, como si los motivos de la despedida – que es esta, y, me temo, se me ha alargado sin querer, o más bien por querer explicar lo que tan bien podía evitarse cortés y convenientemente con eso que llaman engaños níveos – expiraran y todo volviese al punto en el que uno, y en el caso que nos compete el individuo denotado soy yo, Palmira; decía, que yo me hallara nuevamente en la circunstancia en que anhelara estirar los instantes en que usted me agasaja con su compañía. Pero no es el caso en este preciso momento; sino, antes bien, lo es el de acelerar el curso de esta partida que ya está mudando en alegato inútil, porque somos mayores, qué tanto, y manejamos bien los sobrentendidos y los eufemismos y los dobles sentidos y las indirectas y las ambigüedades y toda esa parafernalia de fraudes consensuados desplegados para preservar la valoración de sí mismas de las partes implicadas en el asunto – en nuestro caso, el tal asunto es una separación. No es el caso, le decía, ahora mismo, pero conociendo los humanos avatares del ánimo y el afán, no compute este trámite como una determinación tajante, irrevocable. Antes bien, admítalo como la despedida de una separación transitoria: como la de dos enamorados que ya cuentan las horas para verse otra vez al día siguiente, o en unas horas. Bueno, no exactamente con la misma predisposición del ánimo, con el mismo deseo. Digamos, como dos que ya han transitado la novedad y la fascinación, y que se quieren con sosiego. Algo así es lo que quería decir, Palmira. Un adiós por el estilo. Esperando sin esperar. Como el de dos amigos. Pero que no son amigos, claro. ¿Entiende, Palmira? Yo mismo no sé si entiendo, a esta altura. Como sea, adiós, Palmira; pero ya sabe…

 

© Marcelo Wio

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