En aquella orilla fuimos jóvenes. Aún
conservo, en un pliegue del ceño, la inocencia
sorprendida.
Míralo. Parece que siempre estuviese
convenciéndose
de la sinceridad de su existencia.
¿De quién hablas?
De ti. Que es una forma de hablar de mí.
¿Quién eres?
Tú. O la memoria o el eco
de ese fragmento que perdimos en la travesía.
¿Tiempo?
Y algo más. Sustancia. Espíritu, acaso.
No lo recuerdo.
Paf. O Splash. El sonido al dar contra el agua. Justo antes de desaparecer
en esa turbiedad de montañas desapareciendo.
Era el ruido de la corriente contra las piedras y las ramas.
Ese era distinto. De cierto convenido acomodamiento. De simbiosis. Como a burocracia. De negociación en curso. El que digo era definitivo. Con la brusquedad de lo que sucede sin necesidad de consentimientos. Paf. Y el hecho sustituido por la corriente. Como si nunca.
Quizás, entonces, en aquella orilla
ni siquiera fuimos
lo que creemos haber sido.
Quizás, después de todo, fuimos siempre aquí.
Y la orilla opuesta…
… un consuelo. Pensar
que alguna vez fuimos uno.
© Marcelo Wio
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