Claroscuro en Siena, y en Berlín
sale un hombre del coma sólo para ver un cielo
blancuzco, sucio, sin estorninos ni palomas. A esa hora
que es otra en otra parte, en la que siempre aparece
una bomba de la Segunda Guerra
sin explotar en el patio de algún edificio empobrecido.
Y así todos los días. Como la Gioconda – sonriendo
con pena a esas correntadas de ojos sin interés, puro antojo
vocación de certificar -, y esa mujer cargadita de edad
o circunstancias, en el café de la calle Cuchilleros, que se muere
de aburrimiento pensando que aún ni siquiera ha nacido y ya tanto y
tan poco, en definitiva.
Tan cotidiano repetido todo. Tic tac. Sin fallar
la rudimentaria maquinaria orgánica: sin premio; tragando
monedas y cartas que debían llegar sin falta y palabras
de última hora y arrepentimientos de pelusa y papel. Y al final
un destello, o sospecha, o certeza, de que acaso todo
haya sido el recorrido de una hoja
cayendo en el suelo de un bosque de Hokkaido.
© Marcelo Wio
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