El día que ni mujer ni hombre lloraron…

No, woman, no cry;
No, woman, no cry. eh, yeah!
A little darlin’, don’t shed no tears:
No, woman, no cry”, Bob Marley

 

Por el lado de Brasil

Bernardo Borges Buarque de Hollanda (Football modernismo y música popular en el Brasil) descrbía, en el número 57 de la revista Istor – de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), de México:

“A lo largo del siglo XX, la música popular y el fútbol se convirtieron en dos grandes símbolos de la identidad de Brasil. La cristalización de esta imagen del país penetró en las percepciones comunes hasta el punto de desparramarse por el mundo. Los dos símbolos de esta idea de nación han jugado, además, un papel decisivo en la gran mayoría de la población brasileña, como una especie de tarjeta de presentación y de autorrepresentación del país. El prestigio de la música popular y el éxito del fútbol en las Copas del Mundo de 1938 (con un tercer lugar en el mundial de Francia luego de dos comienzos tibios en 1930 y 1934), los triunfos de 1958, 1962 y 1970, y más recientemente en 1994 y 2002; sumadas a las generaciones talentosas de 1982 y 1986, han sido un espacio de compensación frente al gran descrédito, durante décadas, de las instituciones políticas, los modelos de conducta moral y las pocas perspectivas de ascensos económicos en la sociedad brasileña”.

Acaso, también músicos y jugadores de fútbol brasileños compartan, como ningunos otros, una cadencia, un ritmo naturales, propios, que se ven aumentados por la capacidad de improvisación, por el recurso a introducir pequeñas astucias y variaciones; y a entender que todo, en definitiva, más allá de contratos y obligaciones, es un juego.

A fin de cuentas, el propio Buarque de Hollanda decía que:

“Dócil y versátil, el desempeño corporal no era una creación original del football, sino simplemente una transferencia. La agilidad física y los quiebres de cintura inesperados provenían directamente de la música popular y del folclore, expresiones derivadas del carnaval o de la capoeira. De esta manera, la legitimidad del futebol en la cultura brasileña se sostenía sobre elementos ya consolidados en la imagen de la identidad nacional: la malicia y la improvisación. La música entregaba al futebol eso que los intelectuales modernistas ya habían detectado durante los años veinte, a saber, los criterios y la fuente de ‘lo brasileño’”.

 

Por el lado de Jamaica

A la selección jamaicana de fútbol se la suele denominar “Reggae Boyz” (chicos del reggae). Sobre ello, Les Back, Tim Crabbe and John Solomos explicaban ( ‘Lions, Black Skins and Reggae Gyals’: Race, Nation and Identity in Football) que la historia oficial dice que el apodo fue acuñado por los zambianos durante una gira del equipo jamaicano en 1995, pero que, en gran parte, el nombre ha cuajado debido a los conciertos antes de los partidos que fusionaban al fútbol con la cultura de “dance-hall”, donde actuaban figuras como Dennis Brown y Jimmy Cliff.

Y es ese un apodo que no dista mucho de representar algo más que una conexión fundada en términos de mera coincidencia territorial: juegan con desenfado, con un ritmo de rebeldía y desparpajo dignos de las melodías interpretadas por Marley o Peter Tosh; con la capacidad de cambiar el (o de) guión – de improvisar, de crear – según las circunstancias o respondiendo una necesidad estética o lúdica que reclamen, de pronto, un capricho, un deseo, una alegría.

 

Un equipo de ensueño

 

Que equipo MagazineFC

Río de Janeiro, 1980

Arriba: Junior Marvin, Toquinho y Joao Luiz de Albuquerque
Abajo: Jacob Miller, Chico Buarque, Paulo César Caju y Bob Marley

 

magfc toquinho marley

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