La revista inglesa Journal of Biology of Football se publicó entre 1893 y 1935. Entre sus artículos más llamativos – porque los fenómenos de los que dan cuenta se han repetido en diversos momentos de la historia y en geografías variadas, escapando a una sistematización prudente – se encuentran los titulados “Trastorno de las colonias” (porque se hizo patente por vez primera en la India colonial) y “Flojera de Worcester-Decameron” (así nombrado por los clubes en los que se evidenció inicialmente dicho síndrome).
En 1907, el primer artículo (“Trastorno de las colonias”; cuya denominación fue luego transferida al mundo de la apicultura por la similitud), firmado por Sir Walter Charlton, secretario del Gobernador de Madrás, daba cuenta de un fenómeno extraño: la desaparición de defensores y mediocampistas de marca, los llamados “obreros” del fútbol, en el subcontinente Indio. Los partidos se jugaban suplantando a dichos jugadores con delanteros y mediocampistas de creación, y terminaban resultando despropósitos cuyos marcadores finales se parecían mucho a los del baloncesto actual. En un principio, el público parecía encantado con semejante cantidad de goles. Pero, con el tiempo, fueron perdiendo interés: tantos goles terminaron por acostumbrar al hincha, a “relajarlo”, a distanciarlo; además, los goles terminaron por ser una secuencia insípida, sin grandeza – téngase en cuenta que no implicaba un gran esfuerzo llegar al área rival ni, finalmente, marcar.
A los meses – cinco meses y tres días, según Charlton -, reaparecieron los defensores y los mediocampistas de trabajo. Sin explicación.
El fenómeno se ha repetido varias veces en distintos lugares. Nunca se han podido comprender las causas del fenómeno. Los investigadores han aventurado diversas hipótesis que no han superado la etapa de lo conjetural: un virus, una conjura de efluvios anímicos, etc.
El segundo de los artículos – “Flojera de Worcester-Decameron” – fue redactado por el zoólogo (y aficionado al balompié) neerlandés Ruud Neeskens. En la actual Botsuana (antes Protectorado de Bechuanalandia), se dio una situación que sólo se a evidenció en otras dos ocasiones a lo largo de la historia (en 1931 en la Patagonia argentina, y en 1967 en Polonia): una “indiferencia deportiva”. Así lo relataba – según recogía el artículo de Neeskens – el diario Protectorate Times, del 5 de marzo de 1913:
“Ocurrió primero en el partido que enfrentaba al Worcester FC y al Decameron United. A los siete días, se repitió en los encuentros entre el Milton Ranger y el Faerie AF;, el West Dickens y Pembroke City, y el Gawain y el FC Chesterton. Una semana después, sucedía en todos los encuentros de la Liga del Protectorado.
¿Qué ocurría?, se preguntará el lector a esta altura. Pues bien, parecía como si una suerte de pacto entre los rivales se hubiese establecido: alternativamente, unos atacaban sin convicción y los otros defendían sin garra. Nadie decía nada. No había quejas, protestas. Este periodista habló con jugadores y dirigentes, y todos negaron la existencia de acuerdos previos. Simplemente sucedía, como si una suerte influjo procedente de la sabana los adocenara, amontonándolos en una chatura de medianía estricta: territorio inocuo, como de oficina de patentes a las dos de la tarde.
Los players discurrían como funcionarios del ejercicio físico: cumpliendo con negligencia, con un pequeño e inútil trote ahora, con una estirada poco convincente otrora; de tanto en tanto, un remedo de regate burocrático.
Los equipos estaban, sí; pero bien podrían haber ocupado su lugar sendos teams de waterpolo, que nadie hubiera notado la diferencia – acaso el espectáculo habría ganado en algo, y el público habría terminado por experimentar algo parecido a la emoción o, como mínimo, a un signo vital”.
Neeskens, en su artículo, aventuraba la hipótesis de que se había tratado del resultado del aumento de moscas tse-tse en la zona (aunque el investigador holandés no ofrecía explicación o conjetura alguna para dicho incremento poblacional): lo que habría redundado en un mayor número de picaduras a humanos – con la consecuente manifestación de la llamada “enfermedad del sueño”.
Neeskens no vivió lo suficiente para ver a su tesis refutada por la realidad: ni en la Patagonia ni en Polonia existen (ni existieron) tales dípteros hematófagos africanos.
A día de hoy, no se ha dado con las causas de esa desgana generalizada. No porque no haya habido medios, sino porque no ha existido voluntad ni interés en investigar este tipo de sucesos (ahora – época de inmediateces, de superficialidades – se apresuran a achacar ciertas circunstancias y sucesos a cuestiones meramente psicológicas. El escepticismo ha sido suplantado por los misticismos, por las creencias, por las explicaciones anímicas).
Con el cierre del Journal of Biology of Football se clausuró un importante vehículo para la voz de la razón y, así, se facilitó la proliferación – amparada por la ausencia de falsacionistas- de esa estirpe de personajes que escriben de aquello que todos ven y saben (o quieren ver y saber): especialistas de lo diferido, charlatanes que antes tenían su coto en los cafés, en los bares, en las esquinas y tribunas y que alimentaban su retórica en lo evidente.
© Marcelo Wio
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