Publicado originalmente en Ni más ni menos
A Roberto Fontanarrosa
El primer impulso fue negarlo, invalidar toda posibilidad que indicara su acaecimiento. Atemperaba toda consecuencia, minimizaba sus efectos, los difería a un plano fantástico, ajeno a la realidad. Mi hablar era austero, un susurro, como si evitar la totalidad de una vocalización anulara los efectos de las palabras y sus significados.
Había gastado tantas cábalas…, había acudido a insondables estadísticas y emparejamientos de números y astros. Conjuré, en noches que estimé propicias, con salmos paganos la intercesión de espíritus improbables. Me aboqué al pirronismo conveniente: Nada puede ser conocido, ni siquiera esto; negación metódica de los hechos, búsqueda pertinaz de conspiraciones.
Una noche de luna llena llegué a quemar pelo de gato negro en un cementerio mientras formulaba unas palabras en latín que ahora dudo que tuvieran significado alguno.
Luego me bebí un trago de una infusión hecha a base de Opio de Esmirna, azafrán cortado, canela de Ceilán, clavos de especia y vino de Málaga que me cayó como el mismísimo culo y me tuvo unos días con mareos, escalofríos constantes, transpiración fría y copiosa, malestar estomacal y un recuerdo nefasto de Sydenham que no sé si era del todo merecido – seguramente le pifié en la preparación -.
Al día siguiente de toda esta escenificación oscurantista, perdimos como local el partido que a priori se presentaba más fácil en todo el campeonato. Entonces no lo quise ver, pero cualquier cosa era inútil. Pero claro, todo era apremio, todo, presentimientos funestos, desesperación. Me llegué a plantear la posibilidad de ser mufa, pájaro de mal agüero. En realidad, pretendía convencerme de que algo de lo que yo hiciera tendría alguna injerencia en el devenir de los acontecimientos.
La tabla de posiciones era una irreverencia semanal. Una burla que no admitía cálculos accesorios. Ahí estábamos, cayéndonos de la lista, escurriéndonos a segunda división. Se sucedieron la indignación, el odio al rival y, finalmente, la resignación: ya no me interesa el fútbol, qué es sino un burdo circo.
Seguí un par de semanas la liga de vóley femenino, pero esas minas, por más pantalocito corto y ceñid, no alcanzaban mis expectativas – sumado a que perdieron cuatro partidos al hilo las muy yeguas, con una falta de garra y compromiso intolerables -. Volví, como era inevitable a aquello de lo que jamás me había marchado. Porque escuchaba los partidos por la radio de a trozos, como si lo hiciera por descuido, por mera casualidad. Boludeces. Sabía qué sintonía me traería esa acidez de estómago segura, esa amargura agria. Otra vez me enganché en la sucesión de desilusiones seguras.
Una tarde, mientras iba al laburo en el colectivo me puse a observar: subió una mina de esas que acaparan tu atención. Yo tenía el asiento de al lado libre. Justo al lado de la puerta para descender. En fin, situación inmejorable. Pero invariablemente, estas minas, se tienen que sentar en otro lado. Una fatalidad me dije inmediatamente. O… tal vez no sea un óbice más, sino el signo imperturbable de las sumatoria de catástrofes; o el signo incontestable de que le entré a la vida por la puerta de atrás… O… Morigerate, Osvaldo, hacete caracol cortaciano, deslizate, que la vida es pura tómbola, es al pedo.
Mirá que teníamos lindo equipo… Nada che, el azar, la incoherencia y la puta que los parió a esos once burros y al pelotudo del técnico. Eso sí, muy cínico todo: ninguna expulsión, che; unas damiselas los tipos, como si fueran miembros de un ballet. ¿Poner la gamba? ¡No! Va de retro, qué es eso… que después hay que salir de joda por ahí… siniestros mercenarios a los que la camiseta les calienta tres carajos: lo mismo el azul y amarillo a rayas que el rojo y negro en dos franjas… Hijos de puta…
Ya hace dos semanas y vengo destilando y masticando infamia. Seguro que estos soretes estarán en Cancún o Florianápolis. A ver el diario, ya no sé si leerlo. Epa, nuevos fichajes… hmmm, sí a este lo juno; che, este otro no está mal… ojo al piojo, que con estos volvemos a primera en un año y ahí te quiero ver… No, me estoy adelanto; no te embales Osvaldito, que después se pincha el globo y uno parado en medio de la fiesta con el globito flaco y evidente. Retomá la idea que venías rumiando el otro día… ¿Cómo era? Ah, sí, había llegado a que se me suscitaba un problema, o un dilema (o una solución, según cómo se mirara el asunto): si el equipo de mis amores no tenía ninguna importancia práctica para mí (a lo sumo una sublimación de mambos, una disipación tenue de preocupaciones), no podía ser real. Porque teóricamente todo lo real es de alguna importancia.
Y salvo una distracción somera, una preocupación añadida, esos colores no suponen significación alguna… ¿O no? Además, Rosario Central es un hecho macroscópico, con lo cual es de suponer que los sucesos microscópicos que lo componen, a su vez (simultáneos todos ellos), superpuestos, son una mezcla incoherente de estos mismos estados. Por tanto, no descendimos. Era sólo una probabilidad inicial de hacerlo. Una de tantas… ¿A quién pretendo engañar?
Estamos en segunda. Relegados a la radio, fuera de las audiencias triunfalistas de la televisión, desenquistados de la actualidad, segregados al margen de las estadísticas y las cargadas, de los titulares y los coloquios intrascendentes. Intento aplicar el logos, la axiología… Siete años de Filo y Sofía para llegar a esta encrucijada, a esta entelequia futbolística… Siete porque me costó un año encontrarle la punta al ovillo filosofal: distracciones de labios que se convertían en piernas y en desenlaces que se hacían copa o vaso o cualquier objeto que pudiera contener una destilación más o menos meritoria de una resaca posterior. Y ahora, a paja, el grandulón. Y encima estos ineptos descienden…
Ese recodo conocido y seguro que me aguardaba el domingo se fue al carajo por once soretes, fijate vos. Paja y descenso, qué debacle viejo, qué venida a menos, qué derrape subrepticio y, a la vez, anunciado con leves variaciones astrales.
Ahora hay que pensar en lo perentorio, en el nudo mismo de mi circunstancia, ninguna desviación, ningún elemento superfluo a la cadencia consuetudinaria de acontecimientos particulares que soy y que devengo instante tras instante… y la putísima madre que los parió a esos hijos de una recalcada… será posible que un hecho minúsculo, liviano, tan alejado de mi realidad (siendo extremadamente juicioso) me tiene hecho un manojo de broncas irreconciliables… Pero mirá estos fichajes, pibe.
@Marcelo Wio
Dejar una contestacion