A dios nunca se le ocurrió

A dios nunca se le ocurrió
trazos de noche en tus ojos
que vuelan como estorninos en el rincón
de un bolsillo interno de tu gabardina
buscando los cigarrillos o una memoria, cuando

alguien grita tu nombre
de entre un coágulo de gente 
que siempre separa a dos que andan
buscándose sin éxito. Y en la distracción,

cae al suelo la palabra que eres, como si cayera
una corona o un ramo de flores. Tu nombre
que era el de otro que es con otra gabardina y
unos ojos que se sostienen sobre un saliente
sobre la estación de metro.

A dios nunca se le ocurrieron 
estas zoologías diminutas, estas ontologías
de día de semana y vida en suspensión
en el sótano de la mañana. Ni tu nombre, 

repetido, pero tuyo. Ni esa necesidad 
de ser sabiendo que se existe: ese nombre, 
esos ojos que vuelan, esa noche
que le dura a la mirada.


© Marcelo Wio

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