A dios nunca se le ocurrió trazos de noche en tus ojos que vuelan como estorninos en el rincón de un bolsillo interno de tu gabardina buscando los cigarrillos o una memoria, cuando alguien grita tu nombre de entre un coágulo de gente que siempre separa a dos que andan buscándose sin éxito. Y en la distracción, cae al suelo la palabra que eres, como si cayera una corona o un ramo de flores. Tu nombre que era el de otro que es con otra gabardina y unos ojos que se sostienen sobre un saliente sobre la estación de metro. A dios nunca se le ocurrieron estas zoologías diminutas, estas ontologías de día de semana y vida en suspensión en el sótano de la mañana. Ni tu nombre, repetido, pero tuyo. Ni esa necesidad de ser sabiendo que se existe: ese nombre, esos ojos que vuelan, esa noche que le dura a la mirada. © Marcelo Wio
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