Entre una cosa y otra, transcurrimos

The sun is the same in a relative way but you’re older
Shorter of breath and one day closer to death

Every year is getting shorter, never seem to find the time
Plans that either come to naught or half a page of scribbled lines…”,
Pink Floyd, Time

El que media entre el nacer y el desnacer. Que es, después de todo, el que importa; el que mide todo lo demás: lo inasible y lo que transcurre, como quien dice, al margen del propio tiempo – que de él hablamos. Sí, pero qué es. El tiempo, claro. O, como decía Borges, “el problema del tiempo, la perplejidad del tiempo, el infinito remolino del tiempo” (B. E. Koremblit, Catorce opiniones exhaustivas de J. L. Borges). Qué es.

Con San Agustín podríamos confesar que, si nadie nos lo pregunta, lo sabemos, pero si tratamos de explicárselo a quien nos lo pregunta, no lo sabemos. Y concluiríamos con el asunto antes de haberlo comenzado: huyendo. Pero del tiempo no hay quien escape.

“El presente está solo. La memoria
erige el tiempo
”, aventuraba Borges (El instante).

El santo no andaba lejos. Para él, pasado y futuro no existían: “el pretérito ha dejado de existir y el futuro no existe aún” (Confesiones). No existe lo que ya no existe ni lo que aún no existe.

“… ni el pasado ni el futuro se podrían perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien?”, convenía, trágicamente, Marco Aurelio en sus Meditaciones.

O, en palabras de Claudio Magris (No ha lugar a proceder), “no hay antes ni después…, el tiempo es como el espacio, se va hacia el oeste, se continúa andando hacia el oeste y se llega al este del punto del que se ha partido”: el instante – ¿y si todo lo vivimos en el mismo instante, pero la conciencia lo divide en eventos distinguibles – no por caridad, sino por la imposibilidad de entenderlos a la vez?

Después de todo, explicaba el físico italiano Carlo Roveli (The order of time), no existe diferencia entre el pasado y el futuro, entre la causa y el efecto, entre la memoria y la esperanza… en las leyes elementales que describen los mecanismos del mundo.

O, como postulaba Roger Penrose (The Emperor’s New Mind), todas las ecuaciones exitosas de la física son simétricas en el tiempo, es decir, “pueden utilizarse igualmente en una dirección del tiempo o en la otra. El futuro y el pasado parecen estar físicamente en un pie de igualdad”.

Y qué es, pues, lo que existe.

San Agustín respondía: el presente. Aunque no del todo, pues “vuela con tal rapidez del futuro al pasado, que apenas si tiene duración. Si tuviera alguna duración, se dividiría en pasado y futuro. Pero el presente no tiene extensión alguna”; es sin ser siendo.

Ni eso. O sí, puesto que si bien “el hoy fugaz y tenue, es [también] eterno” (El instante).

Tiempo presente y tiempo pasado
se hallan quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible
”, T. S. Eliot, Burnt Norton

Presente. ¿Eso es el tiempo? ¿Un instante que pasa sin pasar pasando?

– Cómo le gusta a usted ese infinitivo engerundiado que dice sin decir mucho diciendo.

– Como a usted los neologismos. Ognuno fa quello che può.

– Y ahora le da por el italiano… Si realmente cada cual hiciera lo que puede, y lo que cree que puede, o lo que le corresponde…

– Volvamos a lo que estábamos.

– Mejor, sí.

– Borges. Siempre. Incluso cuando se bifurca por esos senderos perdidos de la mano del tiempo decía que “todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos”.

– Muy linda la cita. Pero, ¿y la respuesta al interrogante?

– Paciencia. Hay tiempo.

Jim Al-Khalili (Paradox) contestaba con una incertidumbre aún mayor que, paradójicamente, empieza a responder: “Aunque suene extraño, las leyes de la física no dicen nada sobre el flujo del tiempo […] Descubrimos que, como el espacio, el tiempo simplemente existe, sencillamente es”. El río de Heráclito se ha secado, y lo que parecía, no es siquiera un indicio de lo que es.

Porque, como decía Stephen Hawking (Una breve historia del tiempo), la teoría de la relatividad acabó con la idea de un tiempo absoluto. Desde esa revuelta, cada observador debe tener su propia medida del tiempo, que depende de dónde está y de cómo se mueve – una suerte de, parasitando a Roberto Juarroz, “lenguaje de distancias distintas”.

Así, “no hay un único tiempo; hay una gran multitud de ellos [uno diferente para cada punto del espacio]”, añadía Rovelli.

– No me mire así, yo sólo reproduzco.

Lo mismo con lo que seguía explicando Rovelli:

“No describimos cómo evoluciona el mundo en el tiempo: describimos cómo evolucionan las cosas en el tiempo local [un provincialismo temporal, de andar por casa; conocimiento chico que, todo sea dicho, nos viene funcionando bastante bien], y cómo evolucionan los tiempos locales en relación con los demás”.

De manera que, de acuerdo al físico italiano, la noción de “presente” se refiere a las cosas que están cerca de nosotros, no aquello que esté lejos.

– ¿Qué quiere el caballero decir con lejos? Porque para mí, como tengo la cintura, lejos es más allá de una calle.

– Quiere decir que “nuestro ‘presente’ no se extiende por todo el universo. Es como una burbuja que nos rodea”.

– Algunos que yo conozco tienen su burbuja personal. Y no sólo temporal…

– Ya, pero no se me vaya por esas ramas.

– Si no soy yo el que se va…

– Deje de hablar con esos puntos suspensivos.

– Yo hablo como hablo, los puntos los supone usted desde su posición, relativa, de oyente. Siga con las explicaciones, venga. ¿Qué es?

El tiempo, ¿arena

invisible que somos,

que nos labra, nos consume

como Cronos a los suyos?

– El tiempo no es sólo tiempo. Es un entramado con el espacio. Una malla. Es otra dimensión. Es…

– Ya, hombre.

– “A partir de ahora, el espacio por sí mismo y el tiempo por sí mismo están condenados a desvanecerse en meras sombras, y sólo la unión de ambos preservará una realidad independiente”.

– Y usted dale que te pego.

– Yo no, Herman Minkowsky (Space and Time).

Desordenados sobre una inexorable flecha

“La explicación que se da usualmente de por qué no vemos vasos rotos recomponiéndose ellos solos en el suelo y saltando hacia atrás sobre la mesa, es que lo prohíbe la segunda ley de la termodinámica. Esta ley dice que en cualquier sistema cerrado el desorden, o la entropía, siempre aumenta con el tiempo”, exponía Stephen Hawking. Un vaso intacto encima de la mesa es un estado de orden elevado, pero un vaso roto en el suelo es un estado desordenado.

– Como la habitación de un adolescente, vamos.

El núcleo del segundo principio de la termodinámica, apuntaba Rovelli, es el hecho de que el calor sólo pasa de los cuerpos calientes a los fríos, nunca al revés. El calor, es decir, la agitación termal, es como un continuo mezclar un mazo de cartas: de esta forma, se pasa de caliente a frío, de ordenado a desordenado, y no viceversa. El desorden ocurre naturalmente, de manera omnipresente.

Cada vez que se manifiesta una diferencia entre pasado y futuro, es decir, una secuencia de eventos que resultarían absurdos si se proyectaran hacia atrás, hay algo que se está calentado, añadía el científico italiano. “La diferencia entre el pasado y el futuro no reside en las leyes elementales del movimiento o, dicho de otra forma, no reside en la gramática profunda de la naturaleza – ampliaba el físico italiano – : el desorden natural que lleva a situaciones gradualmente menos particulares, menos especiales”.

– De ahí, entre otras cosas, el lamentable estado polític…

– Y usted, venga con llevarlo todo para ese lado. Sigo con lo que interesa.

Rovelli comentaba que Ludwig Boltzmann demostró que la entropía existe en realidad porque nosotros describimos el mundo de manera borrosa. La manera inexorable, por otra parte, en la que podemos ver el cosmos, diminutos, inexactos, falibles…

– Bueno, bueno, no se embale. Y le recuerdo que unos más que otros.

– Cierto es.

– Siga.

– Sigo, pues. Con el físico austríaco.

“Boltzman demostró que la entropía es precisamente la cantidad que cuenta cuántas son las diferentes configuraciones que nuestra visión borrosa no distingue. La diferencia entre pasado y futuro se refiere únicamente a nuestra propia visión borrosa del mundo”, sintetizaba Rovelli.

Sería, entonces, nuestra incapacidad de ver la que crea la ilusión de un pasado, de un futuro, y la brecha que los separa. Nunca una insuficiencia creó un dispositivo tan acabado. Acaso, el más generoso de los espejismos: puesto que, naciendo de esa deficiencia, la disimula: nuestra ineptitud de ver el mundo tal cual es, en su totalidad – trago demasiado grande para la mirada diminuta, borrosa. Aunque, de qué otra manera puede ver el universo quienes son parte (mínima) de él: vemos el mundo desde el mundo. El tiempo desde el tiempo. El universo desde la rendija de esas limitaciones. El hombre oculta el mundo, decía Maurice Coyand, (Hormiga sin sombra, antología de Haikus), el universo.

La flecha del tiempo, por tanto, seríamos nosotros mismos. A fin de cuentas, como explicaba Jim Al-Khalili, es un concepto abstracto que permite definir un ordenamiento de los acontecimientos, señalando desde el pasado hasta el futuro: es, pues, una dirección en el tiempo en la que suceden las cosas.

Como una cinta transportadora que nos lleva – pero de la que formamos parte. De la nada a la nada. Exhibiéndonos: producto que nadie, ni uno mismo, llega a escoger del todo. Porque la nave, para cada uno, va.

– Cómo pasa el tiempo, se dice. Como si uno permaneciera observando una corriente mansa, a la que estamos vinculados apenas por la contemplación. Nos queremos quietos, permanentes, pronunciando el transcurrir del tiempo.

Stephen Hawking distinguía al menos tres flechas del tiempo:

  1. termodinámica: que es la dirección en la que el desorden o la entropía aumentan
  2. psicológica: que es la dirección en la que sentimos que pasa el tiempo, la dirección en la que recordamos el pasado, pero no el futuro (determinado, a su vez, dentro de nuestro cerebro, por la flecha termodinámica)
  3. cosmológica: que es la dirección del tiempo en que el universo está expandiéndose en vez de contrayéndose.

– A criterio del consumidor, digamos. Igualmente, a mí me falta la flecha que vuelve hacia atrás, qué quiere que le diga.

– Y a mí… Pero.

– Siempre un pero.

– Aunque se podría empezar a hablar de ello con una esperanza.

Muy pero que muy rápido… Y ni así

Al-Khalili señalaba en su libro que las teorías de la relatividad de Albert Einstein permiten de hecho la posibilidad de viajar al pasado, aunque, eso sí, bajo ciertas condiciones – y entonces, sólo debido a las peculiaridades de las matemáticas. “Su Teoría Especial de la Relatividad muestra cómo el primer tipo de viaje en el tiempo (causalidad hacia atrás a través de un viaje más rápido que la luz) es posible, en tanto que su Teoría General de la Relatividad permite la existencia de otra forma, más ‘tradicional’, de viaje en el tiempo a través de curvas espacio-temporales. Kürt Gódel…

– El del teorema de la incompletitud, ¿cierto?

– Sí.

… que trabajó con Einstein en Princeton…

– Hay unas fotos muy famosas de los dos paseando por allí.

– Si me interrumpe, pierdo el hilo.

– Disculpe usted, Ariadna.

… demostró matemáticamente que tal viaje en el tiempo hacia el pasado era al menos teóricamente posible sin violar las leyes de la naturaleza”.

– Y ahora el pero.

– Sí, poco duró inflado el globo.

El propio Al-Khalili advertía que los físicos creen que nada puede viajar más rápido que la luz.

– Eso porque no han estado en una autopista alemana.

No puede porque si algo pudiese hacerlo, ello conduciría a la posibilidad de la violación de la causalidad. Esto, opina Al-Kahlili, descartaba el primer tipo de viaje en el tiempo.

Pero, ¿por qué?

Por la equivalencia entre masa y energía – se apresuraba en responder Hawking, antes de que usted me interrumpa -, que se resume en la famosa ecuación E=mc² (donde E es la energía, m la masa y c la velocidad de la luz), y por la ley de que ningún objeto puede viajar a la velocidad de la luz. Debido a la equivalencia entre energías y masa, la energía que un objeto adquiere debido a su movimiento añadiría a su masa, incrementándola. En otras palabras, cuanto mayor sea la velocidad de un objeto, más difícil será aumentar su velocidad (Efecto sólo significativo para objetos que se mueven a velocidades cercanas a la de la luz, y no para los automóviles que circulan por las autopistas alemanas).

De manera que, explicaba Hawking, cuando la velocidad de un objeto se aproxima a la velocidad de la luz, su masa aumenta cada vez más rápidamente, de forma que cuesta cada vez más y más energía acelerar el objeto un poco más. De hecho, no puede alcanzar nunca la velocidad de la luz porque entonces su masa habría llegado a ser infinita, y por equivalencia entre masa y energía, habría costado una cantidad infinita de energía para poner al objeto en ese estado.

“Por esta razón, cualquier objeto normal está confinado por la relatividad a moverse siempre a valores menores que la de la luz. Sólo la luz, u otras ondas que no posean masa intrínseca, pueden moverse a la velocidad de la luz”, tiraba por tierra Hawking la ilusión de ir hacia atrás susurrarse a uno mismo los números de la lotería o unas inversiones en bolsa.

– Dice ondas, pero yo conozco alguna que otra falta de escrúpulos que no vea lo rapidito que va – que depende del producto de oportunismo y fondos disponibles.

– Usted no para.

Al-Khalili que, abordaba el viaje en el tiempo, como el título de su libro lo indica, desde lo paradójico, explicaba la imposibilidad de realizar el viaje hacia atrás en el tiempo de la siguiente manera:  En nuestro universo, comenzaba, sólo existe una versión del pasado, que ya ha sucedido y no puede ser alterada: no podemos cambiar el curso de la historia porque somos parte integral del universo y llevamos con nosotros la memoria de cómo los eventos se desarrollaron. Si viajáramos al pasado para cambiar algo, y así lo hiciéramos, nuestro yo presente no lo recordaría, con lo que no podría, o no se vería impelido a viajar al pasado para cambiarlo.

O, puesto de otra manera, si no tenemos el recuerdo de habernos encontrado con nosotros mismos en el pasado para darnos un consejo, una advertencia, pues eso no ha sucedido ni sucederá.

Notas de color

Carlo Rovelli en The order of time:

  • El tiempo pasa más rápido en las montañas que a nivel del mar.
  • Una masa ralentiza el tiempo a su alrededor. La Tierra es una gran masa y ralentiza el tiempo en su entorno. Lo hace más en las llanuras y menos en las montañas, porque las llanuras están más cerca de ella.
  • Si las cosas caen, es debido a esta ralentización del tiempo. Donde el tiempo transcurre uniformemente, en el espacio interplanetario, las cosas no caen, “flotan”.
  • En la superficie de nuestro planeta… el movimiento de las cosas se inclina naturalmente hacia donde el tiempo transcurre más lentamente.
  • Las cosas caen hacia abajo porque allí abajo la Tierra ralentiza el tiempo.

Inconclusión

Nunca nadie podrá reconstruir

lo que pasó ni siquiera en éste

más cotidiano de los mansos días.

Minuto, enigma irreparable”,

José Emilio Pacheco

Siguiendo a Rovelli, poco hay, en el nivel fundamental que conocemos actualmente, que se parezca al tiempo tal y como lo experimentamos. No hay ninguna variable especial “tiempo”, no hay diferencia entre el pasado y el futuro, no hay espacio-tiempo.

– No me diga eso. ¿Cómo sabré entonces cuándo juega el Real Madrid?

– No se alarme. La ilusión funciona. Podrá ver a su Madrid y le dará tiempo para llegar a la cita que tenga después.

Entre los haikus que Maurice Coyand publicaba en su harto recomendable antología, el siguiente ofrece una medida del tiempo que acaso, como ninguna otra, retenga el instante algo más – si ello es posible – que la lectura burocrática de un reloj, que el apabullado cálculo que se adentra la patria chica del cosmos.

Los gritos de los vendedores ambulantes

se han apagado.

Mediodía. Cigarras”, Shiki

Somos el tiempo. Lo decimos, los sentimos. No parecían, así, andar desencaminados los mayas (Arrows of Time, Quanta Magazine), para quienes el tiempo era orgánico, y creían que la humanidad estaba intrínsecamente involucrada en su paso; de forma que mantener el tiempo en su curso se consideraba una responsabilidad comunitaria.

Ni estaban lejos de Ilya Prigogine – o este de esa idea:

“Tiempo y realidad están inexorablemente vinculados. Negar el tiempo puede parecer un consuelo o un triunfo de la razón humana, pero es siempre una negación de la realidad”. (End of Certainty)

“Sea lo que sea que llamemos realidad, sólo se nos revela a través de la construcción activa en la que participamos”. (Order out of chaos)

– Mire, de una cosa estoy seguro: somos presente y memoria – escombros de hechos gastados. Y también eso que llamamos futuro y que nos sobreviene a cada instante como una ola que irremediablemente acabará por cubrirnos y arrastrarnos, incorporándonos por disolución. Y ni de eso estoy seguro.

© Marcelo Wio

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.