Preste Juan: una leyenda para terminar con las leyendas

 

La resonancia estocástica es un fenómeno físico que evidencia que el ruido no siempre es un obstáculo, un inconveniente: en situaciones específicas puede tener efectos constructivos (o positivos). Así, contradictoriamente, es posible que el ruido, en ciertas circunstancias, en lugar de aumentar el desorden de un sistema, contribuya a que la respuesta sea más coherente, más clara.

Quizás, de manera similar, introducir una leyenda de manera consciente en un sistema donde las leyendas y los mitos ocupaban el lugar de los hechos, pueda haber conseguido discernir más nítidamente la realidad.

Probablemente esto sea un símil muy torpe o, más bien, una penosa caricatura del fenómeno físico mencionado.

Mas, quizás algo de esto haya sucedido con la leyenda del Preste Juan, que llegó en el momento preciso para una Europa medieval encerrada sobre sí misma por un cerco de dogma, temor y parálisis, oscilando al ritmo de un fabuloso ruido en el que ya no se distinguía el credo de la objetividad.

 

Europa lejos de todo

La “Gran interrupción”. Así lo denominó Daniel Boorstin (The Discoverers). Johan Huizinga habló del “otoño o de la decadencia de la Edad Media”. Ambos se referían a la Europa cristiana del período comprendido entre los siglos IV y XIV: de espaldas al mundo – acaso, la única manera de imprimir una creencia – al que, inevitablemente, terminaron por trazarle un mapa, una “realidad”, al pie de la fe.

Todo conocimiento anterior, descartado. El cristianismo había construido una barrera contra la duda y la novedad, y, de esta guisa, como apuntara Boorstin, contra el progreso de los conocimientos acerca de la tierra. A fin de cuentas, según explicaba Mircea Eliade (Mito y realidad), aquello que no estaba “justificado y declarado válido por uno de los dos Testamentos”, se relegaba al domino de la “mentira” y la “ilusión”. Y lo desconocido, que resultaba ser mucho, era rellenado de mitos y leyendas.

Apuntaba Erich Auerbach en su fabuloso Mimesis que, al derrumbarse el Imperio romano occidental, y sus ideas de orden, se deshizo también la cohesión interna del orbis terrarum, y sólo fue posible construir un mundo nuevo a base de parcelas pequeñas”. Así, sostenía el filólogo, el cristianismo no produjo la rigidez, sino que fue presa de ella. Si bien Auerbach se refería a la literatura, a su estilo y su temática; ésta no sucede de manera aislada del entorno, sino como reflejo o reacción al mismo. De tal manera que esa rigidez se manifestaba de manera general. Al punto de obrar un retroceso en el conocimiento.

Igualmente, esta rigidez terminó por transmitirse desde un relato a los individuos: de la Biblia emanaba la forma de concebir el mundo, de comprenderlo, trazarlo; de percibirse en él. De manera que palabra y acción se convertían en la muralla de la doctrina.

De esta manera, como afirmaba Boorstin, desde el año 300 hasta al menos el año 1300, se anuló la provechosa imagen del mundo que los antiguos geógrafos habían trazado – entre ellos, Ptolomeo. Y ante el terror frente el vacío – la terra incógnita -, aquello que se vació de contenido real, de definición, se llenó de mitos y ficciones.

Era inevitable que en este contexto cualquier interpretación y representación de la realidad condujeran al error. Y es que, tal como postulaba Zia Haider Rahman (In the light of what we know), cada vez que queremos conocer algo, es inevitable simplificar y reducir, renunciando a la posibilidad de comprenderlo todo, con el fin de despejar el camino para comprender al menos algo. Así pues, en la Europa “interrumpida”, en la que todo pasaba por el tamiz de las escrituras que reducía aún más la realidad, su representación era apenas un bosquejo abstracto en contradicción con lo existente.

 

El mapa con que Europa se situaba en el mundo era un mapa de quietud, de reclusión, porque no servía para ir a ninguna parte.

Era evidente que no se podía vivir únicamente de la fe. Se le iba quedando estrecha la realidad a Europa, como esas prendas que se encogen, y que por más que adopte posturas y gestos de disimulo, termina por notarse, por padecerse. Máxime cuando otra fe ampliaba su presencia. Era hora, pues, de romper el aislamiento autoimpuesto. Era menester trazar y llenar los mapas con conocimiento.

A fin de cuentas, ya sabían quiénes eran. O al menos, creían saberlo – que se le parece mucho, cuando de determinaciones pragmáticas se trata. El dogma había servido para cuajar una identidad y una idiosincrasia que superaba las lenguas y los nacimientos. Y sabían ya en qué creían; es decir, de dónde venían. Ahora podían saber hacia dónde iban. Era el momento de emprender la marcha hacia los confines del mundo conocido, de estirar los mapas aún más allá de esas débiles certezas. Podría decirse que ya tenían conciencia de sí como una comunidad de fe.

Y la leyenda del Preste Juan, estrechamente vinculada a esa fe, fue una suerte de pieza relevante del ingenio que terminó por poner en marcha a una Europa inmóvil. Su figura, una “interpretación” y un resumen de los tiempos, de las necesidades y los ideales hacia los que avanzar, tender.

 

Elementos para urdir una leyenda

 

“Ex Oriente, lux (De Oriente, luz)”, proverbio latino

 

Como decía el historiador de las ciencias inglés James Burke, (Connections, BBC) la ‘gestalt’ del mundo es resultado de una red de eventos interconectados. La interacción de los resultados de estos eventos aislados es lo que impulsa la historia y la innovación.

Así, no es de extrañar que el Preste Juan fuese producto de varios eventos y, a su vez, fuera uno de los tantos eventos que condujeron a la salida al mundo de Europa, y a su dominio de gran parte de la geografía terrestre.

Y así, alrededor del año 1165, apareció misteriosamente en Europa una carta del Preste Juan – un rey sacerdote cuyos dominios estaba en algún lugar allende Persia – al emperador bizantino de Roma y al rey de Francia, en la que describía un reino paradisíaco y les prometía ayuda para conquistar el Santo Sepulcro.

La carta se presenta como una fantasía verosímil que terminó por fungir de “cebo” para provocar una acción concreta y real que ya estaba en el ambiente y que precisaba un incentivo o justificación, o un ingrediente más para ponerse en marcha: conquista, expedición; en definitiva, una salida del encierro europeo. Si la conquista no es de tierra, habrá de ser de mercados y conciencias – convertidos los cruzados en mercaderes y misioneros.

De tal manera, la fabricación, la exageración, la mistificación, terminarían por conducir (o reconducir), paradójicamente, a la realidad.

 

1. Contexto externo

Antes de la mencionada carta del Preste Juan, Otto de Freising ya había hecho mención al Preste Juan en una crónica de del año 1145. Otto refería haber recibido información del obispo Hugo de Jabala, en Siria, quien, habiendo ido a Roma a dar cuenta de las condiciones de la Iglesia en Oriente Medio, coincidió con Otto y le contó de un tal Juan que vivía en Extremo Oriente, allende Persia, y que era a la vez sacerdote y rey nestoriano. Este rey, se afirmaba, era descendiente de los Reyes Magos bíblicos.

Pero, ¿cómo es que irrumpían de pronto referencias a este rey-sacerdote en Europa? ¿A cuento de qué?

A cuento de las circunstancias.

En agosto de 1071 las fuerzas selyúcidas derrotaron al ejército bizantino. Y en 1077 cayó también Jerusalén a manos de dichas fuerzas. Esta ciudad, ocupaba un lugar especial para el cristianismo, y había sido destino de los peregrinos desde el imperio romano.

Daniel Boorstin relataba en su muy recomendable libro que el emperador bizantino Alejo Comneno envió mensajeros al papa solicitándole ayuda militar en cuanto advirtió que la capital de su imperio se encontraba amenazada por el islam. El Papa Urbano II (designado en 1088) vio en este llamado la oportunidad de unir a las iglesias Oriental y Occidental, y, claro está, la posibilidad de rescatar los santos lugares. Con tal fin en mente, convocó a los obispos franceses y a los representantes de la fe cristiana en toda Europa al histórico concilio de Clermont, en Francia, que finalmente se reunió el 18 de noviembre de 1095, resultando un encuentro masivo. Roberto el Monje, que asistió a dicho concilio, dio cuenta de las palabras de Urbano II:

“Jerusalén … Esta ciudad real, situada en el centro del mundo, está hoy en poder de sus enemigos, y aquellos que no tienen dios la obligan a servirlos en ceremonias paganas. La ciudad espera y ansia la libertad; ruega sin cesar que vosotros acudáis en su ayuda. Espera vuestra ayuda más que la de otros, porque Dios os ha concedido gloria en las armas más que a cualquier otra nación [Francia]. Emprended esta expedición, pues, para redimir vuestros pecados, con la promesa de «una gloria eterna» en el reino de los cielos”.

Es decir, los europeos debían marchar, pero no como meros peregrinos, como lo habían hecho antes; sino como conquistadores.

Pero aún vendrían otros reveses. En 1144, las fuerzas turcas lograron con éxito asediar y expulsar a los cruzados del condado de Edesa (en parte de lo que hoy es Turquía y Siria), primer estado cruzado. De manera que no sólo Tierra Santa se volvía más inaccesible, sino que las rutas a Oriente se fueron cerrando. El cerco que el dogma había impuesto sobre Europa se hacía más completo con aquel del avance del islam.

Pero esta es sólo parte del trasfondo de la aparición del Preste Juan. Además de los reveses, faltaban otros eventos alrededor de los cuales cuajara una esperanza – y la figura que la simbolizara.

En este sentido, y tal como apuntara el historiador Charles Nowell (The historical Prester John; Speculum Journal of Mediaeval Studies, Vol. XXVIII July 1953 No. 3), la derrota del Sultán selyúcida Sanja, cerca de Samarcanda, a manos del conquistador mongol Yeh-Lü Ta-Shih, en 1141, habría obrado como base para la leyenda. La noticia, de este suceso, comentaba Nowell, llegó, de manera distorsionada, a una Europa que precisamente venía de perder el territorio ganado en la I Cruzada, que convirtió a Ta-Shih, un no-musulmán, en el cristiano Preste Juan – algo no del todo descabellado, pues el nestorianismo existía en Asia.

Por lo demás, la conquista tártara de Persia conllevó la usual política de los kanes (jān) mongoles de bajos impuestos aduaneros, caminos seguros y libre paso para todos. De tal manera que abrió el camino hacia la India, la conocida ruta de la seda, que había sido tan transitada durante siglos, pero que no había sido frecuentada por los europeos hasta la época de la conquista tártara. En cambio, las rutas egipcias aún en manos musulmanas, permanecieron vedadas para los europeos.

 

2. Contexto interno

Pero no sólo el entorno que rodeaba a Europa se mostraba desfavorable; en su seno, las cosas no iban mejor. Había un conflicto entre el Sacro Imperio Romano Germánico – personificado por Federico Barbarroja – y el Papado – por Alejandro III -, que para 1165 alcanzó una etapa particularmente amarga, luego del cisma de la Iglesia de 1164, cuando Barbarroja proclamó al llamado anti-Papa Pascual III, para oponerse al Papa Alejandro III.

De modo que, entre las teorías sobre el origen (o, más bien, sobre el material que sirvió para la creación del Preste Juan), Nowell enumeraba una segunda, la alegórica. Según esta, el Preste Juan no tuvo prototipo histórico y la carta es un documento utópico, cuyo autor, seguramente un sacerdote de la Iglesia Católica, pretendía describir una sociedad ideal imaginaria. Así, el retrato de unidad y armonía prevalente en el vasto reino del Preste Juan, parece trazado en contraste con el caos político imperante en Europa

Precisamente, Belén Chimeno del Campo, de la Universadade de Vigo (La Carta del Preste Juan y la literatura utópica), decía que “toda recreación utópica nace inspirada por circunstancias históricas adversas que tratan de mejorarse en la construcción de una sociedad alternativa; o lo que es lo mimo, la utopía se construye a partir de la inversión del sistema de valores imperante en la propia sociedad utopista”.

La tercera teoría que detallaba Nowell, convertía al Preste Juan en un monarca-sacerdote etíope – región cuya conversión al cristianismo comenzó en el siglo IV y cuya comunicación con Europa quedó posteriormente escindida como consecuencia de la conquista árabe de Egipto y Sudán. Aun así, llegaban a occidente rumores de un gobernante cristiano más allá del territorio musulmán.

Los portugueses, buscando al Preste Juan asidos a esta versión, abrirían la ruta marítima a Oriente bordeando África.

 

3. No-lugar

La propia Ana Belén Chimeno explicaba que el contexto político de la época, la tradición libresca y el limitado conocimiento geográfico funcionaron al servicio del extraordinario mensaje del rex et sacerdos permitiendo que la historia del monarca legendario fuese tomada por cierta.

Fue así porque ese desconocimiento permitió que la relación geográfica del reino del Preste con los lugares conocidos permaneciera en la vaguedad: las referencias eran huidizas a tal punto, que el reino, según conviniese, puede encontrarse en algún punto de Asia o África, o la vuelta de la esquina de cualquier burgo. Imposible colegir su ubicación. De tal manera que el propio Preste se confundía con un Kan mongol, un Zan etíope o con una suerte de mesías; a la vez que su reino terminaba siendo un no-lugar que era todos los lugares.

El historiador Dr. Michael E. Brooks, de la Bowling Green State University (Prester John: a reexamination and compendium of the mythical figure who helped spark European expansion) apuntaba que parte la heterogénea localización de dicho reino puede ser atribuida al propio término “India”, que en la Europa medieval se refería a todo territorio que quedara al sur y/o este del Imperio bizantino.

De esta manera, la búsqueda del Preste lanzaba a los europeos prácticamente en todas las direcciones posibles. No encontrarían, evidentemente, al inexistente Preste, pero descubrirían el mundo existente.

 

4. Paraíso terrenal

Podría decirse que el Preste Juan fue una solución cristiana a un problema cristiano; donde un elemento central del dogma actuó como una suerte de bisagra para abría la puerta de manera elegante: sin traicionarse. La necesidad señalaba la hora, sí, pero a través del prisma de la fe.

“Aparte de descubrimiento implicaba también, por lo menos virtualmente, la búsqueda de un espacio perdido, un espacio mágico-maravilloso que fascina a la imaginación del hombre medieval. Se trata de la búsqueda del Paraíso Terrenal”, exponía Eugenia Popeaga, catedrática de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid (La carta de Preste Juan: las versiones catalana y castellana)

Así pues, continuaba la catedrática, “la búsqueda del Paraíso Terrenal ha representado una meta concreta del hombre medieval”, puesto que el hombre medieval percibía dicho espacio mítico como algo enteramente real. Al punto que Mircea Eliade (Mito y realidad) afirmaba que lo ‘esencial’ para el judeocristianismo es el drama del Paraíso, “que ha cimentado la actual condición humana”.

No es de extrañar, pues, que la carta del Preste Juan presentara una descripción de un reino que se parecía en mucho al Paraíso. O, dicho de otra manera, que el motor para derrumbar la representación del mundo (porque eso significaba salir al mundo) se propusiera desde la propia fe: así se protegía, a la vez que avalaba la aventura que ya no tendría vuelta atrás, y que conducía al descubrimiento.

 

A modo de final

Erich Auerbach comentaba que lo histórico contiene en cada hombre una multitud de motivos contradictorios. El Preste, en este sentido, parece encontrarse un poco a mitad de camino entre lo tajante de la leyenda, y lo huidizo de lo histórico, quizás porque su material era una mezcla, y porque su elaboración fue urgente.

Como fuere, no deja de sorprender que una leyenda (utopía u ardid geopolítico) sirviera para despejar un panorama plagado de mitos y leyendas, y para dibujar un mapa cabal de la tierra, para rellenar con conocimiento aquello que se había ocupado con historias fantásticas y que se reducía a los requerimientos y dimensiones de la Biblia.

La suya parecía una voz que decía: “¿No os da vergüenza, tan quietos ante la caída de los lugares santos? ¿Cómo podéis predicar una palabra huérfana de acción? ¿Cuánto tiempo podéis durar así, rodeados de palabras, rencillas locales y credos?”

La salida a conocer el mundo conduciría, sin duda, a cuestionar si no la totalidad del dogma, sí partes, aspectos, del mismo. Pero ya no se cuestionaría la religión, es decir, la forma de acercarse a la realidad, ya devenida parte inherente de los individuos, de las sociedades.

Una anécdota que ilustra este hecho, es la que mencionaba la Dra. Paula Findlen, Ubaldo Pierotti Professor of History de la Universidad de Stanford, en su libro Possessing Nature: en 1500, Amerigo Vespucci se preguntó cómo el arca de Noé había podido contener a todos los animales que había visto en el curso de sus viajes.
Pero Europa supo conciliar la fe y aquello que se iba descubriendo.

 

Mapa del cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, publicado originalmente en abril de 1507

 

Quién sabe, acaso cada época tenga su Preste Juan: su ruido puntual para aclarar el panorama. En cada momento, se cree estar siguiendo lo que conduce a otra parte, más allá de nosotros mismos, de las limitaciones a las que vamos sometiéndonos con la ilusión de seguridad.

Es decir, quizás cada época tenga su ruido entre la confusión de ruidos para aislar la melodía que conduce hacia el lugar correcto o, al menos, más favorable.

 

© Marcelo Wio

 

Una versión resumida de este artículo fue publicada orginalmente en Oculta Lit en junio de 2018.

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