
Quien poco aclara, mucho significa, dijo el hombre que avivaba el fuego.
Un poco como el árbol que cede verticalidad para porfiar presencia. Todos buscan su palabra, por mínima que sea, por amplia que pueda parecer. Decir es estar. Y uno, pues dice lo que tiene en los bolsillos, dijo el hombre que cebaba mate.
Ninguno parece mantener conversación. O no entre ellos. Acaso, sólo enuncian parlamentos de otro diálogo que habían necesitado tiempo para crecer. Como fuere, lo llamativo no es el contenido de las manifestaciones, sino el hecho de que ambos comienzan a ser sustentados por la termodinámica de las llamas ralas, como esas aves que aguardan el trámite de una muerte para asegurar su breve continuidad.
Algunos, incondicionales de la abstracción, creen que así, todo queda indefinido, que todo es posible, como su duración sin restricciones, dijo el hombre que ya había atizado la fogata lo suficiente para que inscribiera la intuición de sus rasgos en el distrito tajante de la noche pampeana.
Mas, observando con detenimiento – y realizando unos cálculos aproximados -, es imposible decir si es el calor sucinto de las llamas el que favorece el planeo de los dos hombres, o una ignota energía que emerge de las palabras que pronuncian.
Y orbitan unas temeridades que se adentran en la oscuridad fría y densa.
La tristeza es muda, hermano, como esas explicaciones que poco aclaran y que, por eso mismo, tanto significan – aún más que su propio contenido -, vocalizó el hombre que se encargaba de echarle leña flaca al fuego, apenas astillas agudas. Rasante sobre las aristas del fuego.
Algunos ejercen su terquedad reformulando ideas, adhiriéndolas a engranajes de circunstancia, a escenificaciones de metáfora y alondra y abalorio, el otro, elevándose hasta que lo que fuese que los remontaba se sometía a la pedantería severa de la gravedad. Y lo que en un principio parecían parloteos emancipados se develan como una charla de las que las palabras son apenas un fragmento del código de relación.
Giran. Diciendo lo que parecen coordenadas
de vuelo. Giran. Como chispas… Y tal vez no sean más
que eso. Eso y los ecos
que le queden a uno de vocablos,
vacilaciones, renuncias: todo aquello que nos conversa
como exigiendo una indemnización retroactiva.
© Marcelo Wio
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