Distracción

Las manos, pretextando anabáticas caricias, subiendo como emergencias y crecimientos arborescentes. Para qué tanto tacto, tanto deseo, tanta prepotencia; imposición del cuerpo sobre el cuerpo. ¿Lo sabes tú?

¿Por qué me haces preguntas en este momento, en que el resuello no es para hacer voz? Termina lo que estás haciendo, y no me relates con símiles meteorológicos y vegetales tus acciones o tus promesas.

Ya me has distraído…

Ya lo estabas. Tan interesado en traducir estos trámites tan sin necesidad de palabra.

A ti te da lo mismo.

No, pero tu glosa me disocia de mi buena predisposición para estos menesteres. Anda, volvamos a lo que estábamos.

Venga, a las anabáticas exploraciones… Vaya, mírame, todo catabático…lacio.

Pobre, si parece que te chorrearas, que caducaras sobre el lecho.

Así no se puede. No hablemos más.

Lo que yo decía. Hagamos, pues; mucho.

Lo que se pueda.

Que lo que se pueda no sea poco.

Se intentará.

Ese no es el espíritu.

Venga, vamos a hacer.

Pues calla y empieza.

Callo.

¿Para qué quieres la última palabra si no sirve ni para relleno?

Pues no lo sé.

Calla y haz.

Vale.

No hay caso.

¿No será que eres tú la que quiere la última palabra para sí?

¿Para qué la voy a querer? Además, ¿dónde la guardo, desnuda como me encuentro?

Mira las cosas que terminamos por decir.

¿Hacemos o me pongo a leer?

¿Qué estás leyendo?

Noches en el circo. Angelita Carter. Una hermosura.

A ver, déjame leer el comienzo.

O sea que damos esto por concluido.

No, sólo leo el primer párrafo.

Verás cómo quieres seguir con el segundo y nos quedamos sin esto; y yo, además, sin libro.

De acuerdo, hagamos esto y luego el libro.

No, hacemos esto y luego tú, a tu casa, y yo, a mi libro.

Pero déjame aunque sea leer la primera frase.

Luego vemos.

Venga, hagamos

Hagamos.

© Marcelo Wio

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