Villa General Retirada

Los fundadores habían decidido, desde un principio, erigir las bases del pueblo (las sociales, las edilicias y cualquier otra base pertinente) según un nuevo entramado de teorías falsas.

Aquellos que decidieron (eso quisieron creer, mas la realidad era otra: se vieron forzados), a exiliarse (a salir rajando es un término más cabal, más ajustado a lo ocurrido) de sus ciudades y pueblos originales, no podían menos que construir un pueblo y una nueva sociedad con valores, leyes y teorías, radicalmente opuestas a aquellas que regían en las poblaciones que les habían dado la espalda (más bien, les habían dado, de frente, un soberano puntapié en el pandero a cada uno de los devenidos fundadores).

A fin de cuentas, dijo en la primera reunión Román Gardino, las teorías, todas ellas, son hipótesis abiertas, con lo que, en algún punto, potencialmente pueden probarse falsas. Por qué no, entonces, evitarse el engorro de andar realizando ensayos, comprobaciones, experimentos y demás alquimias, eligiendo sencillas teorías falsas que expliquen de manera sobria y favorable los hechos a los que un pueblo pueda enfrentarse. A fin de cuentas, todo es una gran evasión, un escapismo sublime.

Hubo aplausos discretos, comedidos, acompañados por murmullos aprobatorios – los entusiasmos también se habían fugado – en el galpón de don Cataldi, el primer morador de lo que, trece días después de aquella reunión, sería bautizado con el nombre de Villa General Retirada, en honor al insigne General Mario Retirada, un estratega lúcido y visionario de la retirada: todos los batallones por él comandados emprendieron la retirada con un refinamiento y un sentido de la táctica tan marcados, que los Ejércitos rivales lo honraron el día de su muerte como a un digno adversario – su propio Ejército, la verdad sea dicha, lo degradó y lo condenó al destierro a la isla Oblivio por traidor a la Patria; los cronistas nacionales, a su vez, dijeron que lo de “digno adversario” era una mofa vulgar y evidente hacia Retirada, que venía a sumar a la afrenta y la deshonra nacional que sus acciones (“desde el acto de nacer”, escribió una pluma a sueldo del gobierno; de cualquier gobierno, siempre las hay) habían provocado. Nada mejor que la figura de un General que había fundado una teoría militar propia, que ningún otro líder castrense en su sano juicio hubiese adoptado (Albano Postas, uno de los fundadores, la llamó Teoría del buen guerrear – y explicó: aquella que salva a propios y ajenos de la escabechina); un General que, además, había humillado a todos esos pueblos y ciudades de los que se habían tenido que “exiliar” los fundadores – los motivos, perdidos en el desinterés general -.

Así pues, siguiendo la figura que inspiraba las bases de ese rejunte de evadidos, de desertores de la responsabilidad, el pueblo decidió fundarse como una negación de sí mismo (negando el concepto mismo de poblado, de permanencia, de ocupación un espacio fijo): en huída perpetua, cambiando las coordenadas de su localización. El pueblo figuró en un mapa allí por 1830, pero ya hace mucho que no está por esas latitudes; acaso las probabilidades estadísticas lo vuelvan a colocar allí, transitoriamente, siempre y cuando no haya cruzado las fronteras nacionales y se dirija vaya a saber a dónde (y siempre y cuando, en ese trayecto incierto, no se desmenuce, o se haya desmenuzado, al punto de olvidarse de sí, de desesxistir).

© Marcelo Wio

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