Tecleó el punto final con alivio. Cada vez más le costaba terminar los cuentos: una suerte de impaciencia por acabarlos – en la mente ya habían sucedido mil veces, pero en la realidad se negaban a salir las palabras precisas para narrar esa escenas -; el dolor en los dedos artrósicos al teclear en la Olivetti. Sacó la hoja desmayada de un tirón, y la colocó con el montón que tenía a su izquierda.
Lo que no supo entonces, ni nunca – porque V falleció a las dos semanas -, fue que en cuanto tecleó ese punto que creía final, el comienzo de la historia que había escrito ya había cambiado – ya había comenzado a cambiar -. Y, en cuanto ese inicio trocó, se modificó el resto de la historia, hasta llegar al final.
Y, al llegar la secuencia de modificaciones al final, el inicio ya había vuelto a variar. Así continuó el proceso, leve al principio, hasta que llegó a la editorial. Una vez allí, se leyeron muy por encima las pruebas – que es como decir que no se leyeron – y, cuando estuvo listo para ir a imprenta, el libro se abocó, ya sí, a una febril tarea de mutación, hurtando personajes de otros textos – el libro había comenzado a realizar, lógicamente, permutaciones sobre lo conocido, sobre el material que inevitablemente había servido de inspiración voluntaria e involuntaria al escritor -. A saber por qué nadie en la editorial lo leyó una vez estuvo impreso… Claro que V era uno de los escritores que, sin ser estrellas literarias, están bien considerados en ese mundillo, que atraviesan un poco como esos invitados a los que muy pocos en la fiesta conocen, pero todos dicen conocer.
Si alguien lo hubiese leído habría detenido la publicación de un libro que era un inmenso fraude que enchastró el prestigio y el honor de V, convirtiéndolo en objeto de mofa mediática. Todas sus obras fueron puestas en duda, y se comenzaron a buscar plagios disimulados y la existencia de negros literarios. Y el que busca sabiendo lo que busca o, mejor dicho, sabiendo lo que quiere encontrar, termina por encontrarlo: toda su obra fue juzgada como una colosal ingeniería del hurto, del engaño.
Y mientras todo esto sucedía, a nadie se le ocurrió volver sobre aquel original escrito en la Olivetti, contra el tiempo y el dolor de las articulaciones: éste seguía transformándose, casi con desesperación, como si buscara, a través de las variaciones y combinaciones argumentales, un autor digno; o, acaso, elaborar la novela que encumbrara a V. Pero ,precisamente V no había estado allí para leer el primer ejemplar impreso, como era su costumbre – uno de esos tics de la inseguridad -.
En tanto, es probable que el libro ya haya escrito todas las historias posibles – entre ellas, por ejemplo, la historia del libro que se escribe a sí mismo -; incluso, la novela total, definitiva: aquella que da cuenta del sentido de la vida, de su destino. Pero esto no lo sabrá nunca nadie: no habrá reediciones del libro.
© Marcelo Wio
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