Punza, la música: una
incisión de violín. Unas
ondas gruesas e incesantes de chelo. Uno
secciona. El otro profundiza hurgamientos.
Búsqueda de alma, dicen. Meticulosa
y sistemáticamente, sostienen.
Pacientes, saben
que darán con ella. Siempre. Y entonces,
el despliegue de rigurosos engaños
para atraerla: deshacer el camino de cisura: extraerla
con delicadeza y promesas y abalarios de corcheas. Y luego,
amontonarla con las otras: siempre
bajo el augurio de un desamparo
de soportales fríos e inhóspitos; de galerías olvidadas,
entre bastiones de puentes inútiles;
bajo bóvedas criptas sótanos silenciados.
Y entonces el violín una amonestación y un perdón. Cada hora
sin tiempo por el resto de las duraciones. Y el chelo
sólo la ironía de la redundancia.
© Marcelo Wio
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