Ludovico Sampeter es generoso aún cuando todo el prestigio del altruismo se ha roto a este lado del cristal del día.
Es francamente alegre aún cuando las penas copetudas se aposentan a la mesa: voraces y desmesuradas comensales, que con cada bocado impugnan la relatividad de las observaciones del futuro, enlutándolo de inexorabilidad, de destino.
Ludovico es más persistente que la necedad. Pero lo es por un motivo: es una creación, una fabulación del ánimo, una ilusión ineficaz del intelecto. Una mera ilusión.
© Marcelo Wio
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