Un hallazgo histórico

 

Churchill no escribía sus discursos. Los recitaba, evidentemente – y muy bien -; pero sólo eso. Era su cocinera Elspeth Hereford quien redactaba esas piezas de sublime oratoria. Su inspiración: el entorno familiar; las dificultades que su marido dipsómano y sus hijos imbéciles le suponían diariamente. “Sangre, sudor y lágrimas, eso ha sido mi vida, eso es: partos, trabajo y tristeza”, le confesó a Arthur Alleline, mayordomo de los Acton-Woodville (la mujer era prima segunda de Churchill por el lado de los Spencer), que vivían un par de casas hacia el este de la Churchill.

Papeles dejados anónimamente hace unos veinte años en el Smithsonian dan cuenta de ello. Mayormente, notas entre Churchill y su secretaria personal, la Sra. Nel; donde ambos mencionan reiteradamente a la Sra. Hereford en relación a su labor de escritura. Por ejemplo, en una breve esquela de 1939, Churchill urge a su secretaria a que llame a su cocinera para que le escriba unas breves observaciones con potencia de discurso para ser pronunciadas esa misma mañana en la Casa de los Comunes con motivo de la declaración de guerra. En una parte del mensaje, el político apunta:

Por favor, dile que remarque el hecho de nuestra obligación moral de declarar la guerra; que no se trata de defender Polonia o a los checos, sino de luchar contra la tiranía nazi. Que deje claro hemos trabajado por la paz, pero que se ha llegado a un punto en que hacerlo implica tomar el camino de la guerra. Dile que le dé un tono dramático y, a la vez, esperanzado. Nosotros, debemos ser esa esperanza (pero que esto lo diga como ella sabe, sin que sea explícito, vamos; ella sabrá lo que quiero decir). Y que mencione a los franceses – en buenos términos, se entiende, dadas las circunstancias; que evite, por favor, las ironías, que la conozco -. Ah, sí, y que cualquier disminución a nuestras libertades, será una consecuencia de esta guerra que nos ha sido impuesta; que luchamos por el restablecimiento de las mismas. Algo por el estilo. Y dile que hoy cenaré en casa. Que prepare un Turnedó Montpensier”.

Meticulosos y prolongados (más de dos años) trabajos de verificación e investigación (tinta, papel, comparación de caligrafías, y un largo etcétera que no viene al caso y que es eminentemente técnico – es decir, incomprensible) llevados a cabo por la propia institución y por al menos dos equipos de expertos externos, concluyeron recientemente, y sin lugar a dudas, que se trata de documentos auténticos.

El Smithsonian se debatió durante meses si debía o no publicar los resultados de las tres investigaciones concurrentes. Incluso mantuvieron reuniones con la Casa Blanca, el Departamento de Estado, la CIA y comisiones especiales de ambas cámaras legislativas. Y es que publicarlo suponía un golpe histórico que podría dañar seriamente los cimientos (recientes) del Reino Unido y de la especial amistad entre ambos países.

Lo que finalmente condujo a difundir el material fue un descubrimiento realizado por la CIA. Supieron que el museo Hermitage ruso había recibido papeles similares. “Aún no han terminado sus análisis – anunció el director de inteligencia estadounidense en una de las reuniones con el presidente, el Secretario de Estado, el director del Smithsonian, y de la que también participó el Embajador de Gran Bretaña -, pero están cerca. En cuanto lo hagan, publicitarán abombo y platillo los resultados; a lo que seguramente seguirá, en cuanto presenten el material a expertos de otros países con fines de corroboración (es decir, en cuanto se aseguren una credibilidad inexorable para la fase que realmente les interesa), una campaña intensiva de deziformatsiy. Tenemos que adelantarnos. Y debemos controlar el impacto. Si no han dado a conocer nada aún es porque aún no han terminado de traducir el material que tienen; y el que ya han traducido, no debe dejar del todo patente el asunto de marras”.

“¿Qué propone?” – preguntó el Embajador británico, temiendo una aventura bélica.

“Monten una campaña inmediatamente en Inglaterra. Culpe a los inmigrantes de la situación económica, por ejemplo. Eso, entonces culpen a la Unión Europea de la inmigración; y remachen con que las aportaciones realizadas a la misma van en detrimento del bienestar inglés, de su sanidad. La solución: hay que salir de la Unión Europea” – explicó el director de la CIA.

“Pues el remedio parece a priori peor…” – comenzó a protestar el Embajador, pero el hombre del servicio secreto estaba embalado.

“Brexit. Así llamarán. Es brillante. A quién le importará Churchill, sus discursos, su cocinera y si bebía aún más de lo que se decía. Además, no hace siquiera falta salirse. Montan un referéndum. Si sale el ‘no’, pues entre la campaña previa, las discusiones posteriores, Churchill olvidado. Si sale ‘sí’, pues años y años negociando con los europeos la salida – ya sabe, las condiciones políticas, fiscales, económicas, para hacerla efectiva, etcétera -; para finalmente, decidir que si las condiciones son draconianas (algo de esperar por parte de alemanes y franceses, que se querrán cobrar rencillas históricas y obtener beneficios presentes), el gobierno de Su Majestad podrá recular muy honorablemente por el bien de los ingleses. El asunto Churchill, otra vez, olvidado. Para cuando haya tiempo de acordarse de esta cuestión, será como algo que siempre estuvo, que provoca hasta una de esas risas que interpretáis los ingleses, y que, de tan educadas, parecen un gesto de asco, querido Embajador” – concluyó el jefe de los espías estadounidenses.

“No está mal” – fue todo lo que dijo el diplomático inglés. Y enseguida, luego de hacer unos rápidos cálculos, inquirió: “¿En cuánto podrían publicar sus resultados los rusos?”.

“Cinco meses como mucho. Tres como muy pronto” – repuso el director de la central de inteligencia.

“Deme quince días de publicar nada” – pidió el Embajador.

“Perfecto. Así me gusta, querido amigo, que se suba al barco aunque parezca que no flotará”.

 

© Marcelo Wio

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