
Tiene una única palabra.
Con ella dice todo. Pero calla.
Y con ese silencio, también dice
todo. Con la cabeza levemente ladeada,
como si inspeccionara los zócalos de la realidad
o eso que ocurre
entre las siete de la mañana y las once y pico de la noche.
Con los ojos desteñidos bebe
de esa luz que se le acaba al verano. Y el aroma
de la piel ultrajada por el mar. Por los ojos.
Sin decir ni existencia. Y diciendo. Todo
lo que hubo. Lo que aún resta – que le queda
cuerda a la tragedia, a la evolución, al sainete.
La misma palabra. Los mismos ojos.
Y entre las once y las siete, el mismo
todo, pronunciándose en silencio.
© Marcelo Wio
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