Siempre solos. Ante la noche. Ella. Su voz. Untada de incertidumbre o algo aún más insondable.
Para eso es la noche. Para que obedezcamos la arena de las horas pautadas en un espanto anterior al mundo. Él. Su voz Con trazas de un temor atolondrado.
Noche urdida por capas de sombras sobre capas de sombras. Proyección anulando proyección.
Durante la noche todos los paisajes son posibles.
¿Para qué?
Para nada. Sólo una concesión.
¿Para qué?
No lo sé. Acaso para esparcir la arena que gotea tiempo y hacer de cuenta que lo controlamos, o que es inofensivo.
¿Qué es el tiempo?
La censura de una voz a punto de decir la verdad predilecta.
Fuera, los perros le ladran al viento gélido que raspa las ramas y las desapariciones con un sonido exasperante.
La noche se alimenta de oscuridades y pensamientos.
Ya es tarde. Todo está medio concluído y encarrilado.
Siempre es tarde.
Llegamos tarde a la sucesión del mundo.
***
La sangre cuajada, enmarcando el cuerpo de Florencio. Pensó que nunca la hubiese imaginado así: ese color tan mortuorio, esa consistencia como de engrudo para pegar nada.
¿Qué algo?, le resonó por dentro como un temblor.
¿Qué algo de qué?, pensó – e hizo un esfuerzo por conducir la pregunta hacia el origen intestinal de la otra.
¿Qué algo es lo que queda de Florencio?
¿Su memoria?
¿Y eso, qué es? Palabritas ayuntadas, fabulitas. Los estadios primarios de una narración con pretensiones. Siempre un algo. Incluso cuando ya no queda nada, queda algo: algo imaginado, algo temido, ansiado. Algo, siempre algo…
Ya sé lo que hiciste, una voz distinta, retumbona como de tormenta lejana, sobreimprimiendo su decir sobre el anterior.
¿Qué hice?
Callaste, hinchado de temor.
No se me puede culpar por el miedo ante la desmesura organizada.
Siempre se puede culpar al silencio. Un silencio dice aquiescencia, coartada. Aplauso chambón.
Un silencio chambón no puede ser tanto.
Las pequeñas macanas de los muchos tontos producen macanas épicas. Es de perogrullo.
Manchado el suelo de aquello que tuvo un sentido y ahora tiene otro tan distinto: una recriminación de perfiles redondeados, como buscando un orden último y absurdo. Mancha que, como Florencio, también será borrada por ese caldo de lluvia, viento y olvido que circula entre los hechos.
***
No callé como crees que callé. No pude hablar. Sencillamente no pude hablar. ¿Cómo se pronuncia el espanto? Mi silencio no es como tú dices: soy ante la nada que ha quedado. Soy sin palabras para decir aquello. Soy los restos de algo que rompieron.
***
¿Quieres quedarte solo? ¿Ante la noche?
Uno está solo ante sí: una soledad llena de compañías.
¿Quién viene a acompañarte?
Florencio y los otros, cuyos nombres no sé si no recuerdo o nunca conocí. Tantos.
Diles que se vayan.
Imposible. Los llama mi culpa, que es más robusta que mi voluntad.
¿Qué quieren?
Que los recuerde.
No es mucho pedir.
Recordarlos es recordarme… Es mucho…
***
Muertes para nada. Para afirmar una reputación hecha de prepotencias. Una reputación que nadie ponía en duda. Sólo a ellos. Su legitimidad para. Para eso que hacían. Que hacen. Muertes ejemplares para instalar una obediencia. Que ya estaba aposentada entre la mayoría. De ahí los silencios ante. Ante esas muertes. Muertes para fundar un silencio mayor, más acabado: silencio del silencio resignado.
¿Como el tuyo?
Como el de todos. El tuyo interroga respuestas que sabe que obtendrá. Los silencios se buscan. Las miradas que no ven, también.
Te veo.
Pero es como si no vieras nada. Sólo un montón de horas vacías, de ideas acalladas, repudiadas; de palabras que no diré, de olvidos que no son míos pero que aún asi recuerdo como propios.
No pienses.
Intento. Pero no es algo que pertenezca a los dominios de la voluntad.
Yo lo hago.
Pero tú no eres más que una voz que invento para decir algunas cosas leves.
© Marcelo Wio
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