Quietos. Como el inverno a las ocho y cuarto
de la mañana – a la usanza de aquellas trémulas
conspiraciones con que el día ingresaba
en los profanos recogimientos.
Quietos. Como el instante que despega
a los amantes cual si fueran páginas de un libro
o labios de una indulgencia.
Quietos. O resguardados por la inmovilidad
de las tradiciones enmohecidas y pesadas.
Quietos. Y encerrados
en el cuerpo disciplinado con vergüenzas y provisorias
castidades y culpas siempre insuficientes para detenernos
del todo.
Quietos. Con la quietud mentida de
la inmensa paciencia oscura
que se estira. Con el defecto
del lejano orbitar de las miradas
alrededor de la verdad
que no es.
© Marcelo Wio
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