Qué habrá sido

Qué habrá pasado con aquellas palabras que se dijeron – como si tendieran, casi, sobre una madrugada o una mesa – detrás del jolgorio de un año nuevo sin novedad ni más esperanza que la del reguero de falsa alegría u optimismo.

Fue lo de todo aquello que aire disuelve en un vapor sin nombre ni apariencia.

Clima.

O benevolencia.

Sí… Cerrar así las voces, convirtiéndolas en suspiro, es piedad que ejerce el tiempo.

Y con las actividades frenéticas, lo mismo: disueltas en la identidad uniforme de la energía; en la inflexible fatuidad de nuestros intentos.

Sí, mas, aun así, qué habrá pasado con esas en particular, con esa secuencia específica.

Con el significado…

Sí, pero no con el inmediatamente evidente; sino con aquel que queda, o debería quedar, persistir, para entregar la ilusión de una reflexión.

Igual que un rostro que sigue apareciendo refractado sobre vidrieras, charcos o pulidas placas de médicos y reputados chantas.

Algo así. Aunque no del todo. Me refiero a algo más que el instante, que el atisbo de un sentido por fuera del tiempo. Algo más que el instante… Qué habrá sido de ellas…

Son estas de ahora.

¿Estas mismas?

Quizás haya alguna otra. Pero como inadvertido sinónimo, como esperable mutación.

¿Y el significado?

Acaso sea el mero interrogante. Después de todo, quien inquiere por la suerte de algo, no le ha dado, a ese asunto, a su debido tiempo, más importancia que la que puede dársele al vuelo aparentemente aleatorio de una hoja.

Dice usted que esas palabras son todas las mismas, y que están todo el tiempo con nosotros – o en nosotros -, insistiendo como las porfiadas nubes de electrones- es decir, de probabilidades: ubicuo empecinamiento.

Antes bien, somos esas palabras. Unos apenas en tonos levemente más indagatorios que otros – y eso tampoco dice mucho: las interpelaciones muchas veces aseveran más de lo que pretenden inquieren.

¿Soy, pues, significado?

Un ratito. Hasta que alguno por ahí se pregunte qué habrá sido de usted.

© Marcelo Wio

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