¿Por qué vuelan las palabras?
¿Por la acción que el aire, en conjurado flujo, ejerce bajo la forma precisa de la pausa – precario apéndice sustentador?
¿Porque son más livianas que el aire: gas de la voz, tan intrascendente en los cómputos de la atmósfera?
¿O volamos nosotros, por ellas sostenidos , por ellas creados ? Es decir, ¿somos la forma que adquieren ciertos sintagmas?
¿Por qué deben volar las palabras y los pájaros? ¿Qué los obliga a esas acrobacias y vértigos? ¿Qué les permite esa prepotencia de sobreponerse levemente a la injuria telúrica de la gravedad?
En fin, ahí vamos. Braceando parlamentos.
Siempre moviéndonos con candoroso ímpetu para que el aire nos mienta sujeción a empellones: ilusos anclajes a los sueños y las posibilidades que, indefectiblemente, vuelan más alto que las ingenierías que pergeñamos.
© Marcelo Wio
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