Una figura de humo, como una insinuación de presencia, de materialidad. Una brasa que respira a ritmo de luminosidad temblorosa, insegura; la noche como una necesidad inevitable para realzar su brillo tenue; la farola como dispuesta para evidenciar sutilmente el rastro efímero de humo. La presencia es Mauricio Salerno.
Mauricio Salerno espera. Recostado contra la persiana fría de la ferretería Tarragona. Espera en la esquina de Mirasierra y Garibaldi. Un jacarandá hinchado restringe el influjo de la luz de la farola a una intimidad engañosa – por potencialmente delatora.
Espera condenado a condenar. A ejecutar las broncas que unos acumulan (no siempre asidas a elementos de la realidad) y que otros van dejando desparramadas (no siempre inconscientemente). Unos se ofenden. Otros ofenden. Y siempre hay un Mauricio Salerno que intermedia en la transacción de agravios de manera decisiva. Su participación es siempre definitiva y sigilosa.
Siempre hay un Mauricio Salerno; pero también hay malevitos o piantados temerarios dispuestos a ejercer de ejecutor de desenlaces que, siempre, son desprolijos y suficientemente evidentes para convertirse en rastros del acuerdo.
A mitad de cuadra, otra presencia se revela a través de un cigarrillo. Acaso el oficio precise de mediadores para la propia existencia, presencia. Abelardo Bascio también espera. Recostado contra una pared descascarada, entre dos territorios de luz gestionados por otras tantas farolas.
Mauricio Salerno no lo ve. Lo siente. O lo presiente. La luz de la habitación que observa en el tercer piso de un edificio, permanece encendida. Mira su reloj. Aún es temprano. Hasta dentro de dos horas no se apagará. Hay tiempo. Así, pues, gira y se dirige a la figura que pertenece a Abelardo Bascio. Poco antes de llegar a su posición, lo reconoce. Todos se conocen en este oficio.
-¿Cómo anda, Bascio?
-Ni bien ni mal, trabajando, que es una ausencia de estado anímico.
-Suscribo.
-¿Lo del estado anímico?
-Toda la frase.
Bascio le ofreció un cigarrillo a Salerno. Fumaron un rato en silencio, como postergando lo inevitable.
-Usted y yo, Salerno, estamos exentos de virtudes, por eso no podemos ofender, y por ello mismo no nos ofenden. De ahí que nos toque esta parte en los tratos humanos…
-Puede ser. Aunque yo prefiero imaginar alguna virtud, por mínima e ineficaz que sea…
-Yo también, claro, pero la realidad impone su dominio incluso en la región más íntima, donde uno puede figurarse benevolencias…
Salerno tiró la colilla a la calle.
-¿Para quién trabaja Bascio?
-Usted ya sabe, Salerno. Sabe el quién, y el por qué.
-Tengo una debilidad por las confirmaciones, por más redundantes que resulten.
-¿A quién tramita hoy?
-Un trabajo menor. Un marido potencialmente infiel: aún no ha llegado la mujer con la que se citó.
-Lo contrató la esposa…
-Evidentemente.
-La misma que me contrató a mí.
-Le agradezco la confirmación.
-Faltaba más, Salerno.
-Hay gente que cree que las vidas son meros rastros que se pueden borrar.
-Eso parece…
-Lo cual podría implicar que otro colega tiene el mismo encargo, sólo que usted resultaría el objetivo.
-No lo descarto.
-Por supuesto… ello…
– … no perjudicará mi profesionalidad…
-Exactamente.
-Usted podría impedir que la mujer subiera a la habitación, cancelando todo el asunto.
-Podría. Pero no lo haré. Soy muy escrupuloso. Me contrataron para vengar una ofensa, no para impedirla… Usted sabe, tan bien como yo, que muchos desean la ofensa para poder vengarse…
-Y bien que lo sé…
Esta vez es Salerno el que ofrece un cigarrillo a Bascio; una momentánea tregua de silencio; de medida intimidad.
-¿Cómo trabaja usted, Bascio?
-Ante todo, aborrezco la brutalidad innecesaria – mero ensañamiento de pandillero, de desequilibrado. Soy un humanista: ejecuto rápida y limpiamente. No creo que el sufrimiento físico se parte del trámite.
-Es bueno saberlo, por si acertara a cumplir su parte del asunto.
-Siempre cumplo.
-Ya veremos.
-¿Y usted?
-Siempre he cumplido.
-Me refería a su método, Salerno.
-Ah, claro; disculpe, Bascio. Trabajo con lo que encuentro en el lugar.
-Le gustan los desafíos…
-Más bien, odio andar de acá para allá con material que pueda delatar mi modus vivendi y, a posteriori, incriminarme.
-No está mal, Salerno.
-No se crea. A veces me supone un verdadero rompedero de cabeza hacerme con… un medio para el fin. Un medio que, a la vez, no debe infringir sufrimientos innobles al sujeto en cuestión.
-Veo… Sí, usted y yo somos muy parecidos… Salvaguardamos la dignidad de las partes intervinientes…
-Sin eso, este trabajo no sería más que un burdo crimen.
-Mire, Salerno, una mujer si dirige al portal del edificio…
-Es ella.
-Suerte, Salerno.
-Gracias. Bascio. E igualmente. Una pena que nuestro próximo encuentro no contemple otro ulterior.
-Cosas de la vida.
-Eso mismo…
© Marcelo Wio
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