Enfundado en sus piernas pragmáticas – y en su tronco y brazos a juego -, se dispone a salir de su casa. Pero se olvida algo. No sabe qué. Desde la mesa, apoyada negligentemente, la cabeza le silba. Vuelve, se calza la testa un poco de lado, como se lleva ahora. Así está bien, comprueba en el espejo: por superfluos (e incómodos) que parezcan – piensa –, los adornos dicen mucho de un hombre. Y, ahora sí, sale.
© Marcelo Wio
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