
A Julio lo conocí en Rayuela – luego, azares de la voluntad, nos encontramos en innumerables oportunidades -. Ese hermoso universo que inventó. Y a mí, en ese momento, se me hacía que lo había hecho sólo para mí, como una partitura a partir de la cual yo podía (debía) improvisar vidas, cronopios, treguas. Recuerdo largas charlas con él, mientras Horacio y la Maga y Lucas y López y el caracol Osvaldo prolongaban sus silencios para que nosotros pudiésemos compartir, cigarrillos mediante, palabras e instantes.
Hace poco, leí por ahí que falleció
hace 34 años. No puede ser: juro
que cada vez que pongo un disco
de jazz, él y yo
hablamos horas lánguidas, lanzamos
humo al aire y le damos
unas buenas trompadas al tiempo.
© Marcelo Wio
Dejar una contestacion