Entre Florida y Maipú la mirada flotó con sus cataratas blancas de cristalino calcáreo. Entre Florida y Maipú perdió la orientación, la intención del movimiento ejecutado. Justicia poética para alguien que, como él, vio mucho; quizás más de lo que le correspondía. Las cortinas se cerraron con su peso de terciopelo añejo, de caftán ruso. Los ojos, obsoletos, cesaron.
Clausura de la luz.
Música de murmullos, regimientos de pasos dispares disímiles. Los oídos naciendo de un nacimiento ya acaecido incompletamente. El sensor de la piel exacerbado para recibir las partículas movidas por el aire. Los brazos estirados anticipando llegada, anunciando arribos evidentes. Tanteo de la oscuridad súbita, del espesor repentino del entorno.
Un andar lento. Flota cada pie, alternativamente, hasta que se convence de la zancada y ésta se llena de trayecto. Pasos que inauguran un instante, que crean el suelo antes de llegar a él. Errando por la espesura del recuerdo de lo que no se percibirá más, intentando multiplicar las vías para llegar a él, fácilmente.
Mientras obra, rememora contra el negro sumiso de la córnea, las imágenes que usufructuó. Paisajes de piernas eternamente recorridas, cuerpos de montañas dóciles. Rostros, caricias que quedaron entre la indecisión y el adiós. Palabras que fueron gesto censurado. El color del invierno contra una vidriera. Todo. Incluso lo que imaginó sobre lo establecido, lo que superpuso para excluirse de algún que otro convenio. Lo sobreexpuesto. Lo velado. Todo mezclado, improvisado. Sesión de jazz, jueguito íntimo para animar el camino, para expulsar el miedo irreverente que nace del silencio de los ojos, de la orfandad tumultuosa de las imágenes abandonadas a una perpetua recomposición y proyección.
© Marcelo Wio
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