Idish, la voz del alma

Publicado originalmente en el semanario Aurora (agosto de 2011)

 

“La lengua idish sigue siendo un país cultural sin territorio, un país de la palabra, un país que comenzó a despoblarse dramáticamente a partir del Holocausto nazi…, un país sin ejército ni policía…” (Idish, el país de la palabra, de Eliahu Toker).

 

Introducción

Lengua nacida de la marcha obligada, de la eterna necesidad de decir y de decirse; mezcla de aromas, voces y sentires que, en lugar de fundirse, se expandieron, creando uno de los idiomas más ricos y bellos que hay. Idioma de emociones, de andar por casa. Idioma musical y alegre (una suerte de sopa de pollo para el ánimo, para enmendar las desdichas aunque sólo sea en la geografía amena de la palabra). Franz Kafka dijo, en un discurso introductorio sobre la lengua idish para una velada de piezas interpretadas por un actor amigo (Jizchak Löwy) que “las migraciones recorren el jargón -algo así como jerga – de uno a otro extremo. Todo ese alemán, hebreo, francés, inglés, eslavo, holandés, romano y aún latín está incluido en el jargón, por curiosidad y despreocupación; requiere bastante poder el retener juntos a estos idiomas en su estado”.

En ese histórico (muchas veces histérico y desesperante) deambular, los hombres y mujeres fueron adaptando las palabras que se iban adhiriendo a su realidad, las fueron amasando, amoldando y cociendo en el jugo característico de su propia cultura. Por eso, a nadie puede extrañarle que las narices más finas hayan alcanzado su aroma. “Es el único idioma que tiene perfume”, resumió el escritor Isaac Bashevis Singer (foto), Premio Nobel de Literatura en 1978. Y es que, como decía Israel Zangwill: “El idish incorpora la esencia de una vida que es distintiva y distinta de cualquier otra”.

Un idioma irreprimible, que invita a deleitarse con las exquisiteces del juego de sombras chinas que permite: el significado se retoca, se oculta levemente, se deja intuir. Una suerte de armazón que posibilita maniobras de versatilidad lingüística que informan sobre una historia previa al receptor y que sirven como catarsis para el emisor, por el simple hecho de estar, como decía Leo Rosten, “inmerso en el sentimiento”.

El gran autor Isaac Leib Peretz, uno de los tres clásicos de la literatura idish -junto a Mendele Mojer Sforim y Sholem Aleijem-, decía que es la lengua “que jamás atestiguará a favor de la violencia y el asesinato infligidos sobre nosotros, lleva las marcas de nuestras expulsiones de tierra en tierra; el lenguaje que absorbió las protestas de los padres, los lamentos de generaciones, el veneno y la amargura de la historia; el lenguaje cuyas preciosas joyas sin secar son las inocultables lágrimas judías”. Un lenguaje que, con estos genes, logró transformase en sonrisa, en una inmensa multiplicidad de dichos y proverbios filosos, en un afectuoso vínculo de comunicación para los sentimientos, para los hechos cotidianos, para la astucia sin malicia.

“El idish ha desplegado una inventiva inmensa, una elasticidad todavía mayor y una determinación porno morir más importante aún”, escribió con esperanza Rosten en su libro “The Joys of Yiddish”, una obra que, por otra parte, le da la justa razón a su aseveración.

 

Entre el idioma y los fantasmas

Isaac Bashevis Singer, en su discurso de recepción del Premio Nobel, destacó:

“La gente me pregunta a menudo: ¿por qué escribes en una lengua moribunda? Y quiero explicarlo en pocas palabras. En primer lugar, me gusta escribir historias de fantasmas y nada se ajusta mejor a un fantasma que una lengua moribunda. Cuando más muerto esté un idioma, más vivo está el fantasma. Los fantasmas aman el idish y, por lo que yo sé, todos lo hablan.

En segundo lugar, no sólo creo en fantasmas, sino también en la resurrección. Estoy seguro de que millones de cadáveres que hablan idish se levantarán de sus tumbas un día y su primera pregunta será: ¿hay algún nuevo libro en idish para leer? Para ellos el idish no estará muerto.

En tercer lugar, durante 2000 años el hebreo era considerado una lengua muerta. De repente se hizo extrañamente vivo. Lo que pasó con el hebreo puede también sucederle al idish un día (aunque yo no tengo la menor idea de cómo este milagro puede llevarse a cabo.) Aún hay una cuarta razón menor para no abandonar el idish y es la siguiente: el idish puede ser una lengua que muere, pero es el único idioma que co-nozco bien. Es mi lengua madre y una madre nunca está realmente muerta”.

Se estima que en su punto álgido, menos de un siglo atrás, el idish era hablado por unas 11 millones de personas, para muchas de los cuales era, además, su lengua principal, su mame-loshn (lengua materna). En vísperas de la Seginda Guerra Mundial había unos 60 diarios en idish. Además, periódicos y revistas en idish existían en los Estados Unidos, América Latina y Australia. Un vital teatro idish floreció en estos mismos lugares. La Era Dorada de la literatura idish comenzó a mediados del siglo XIX y alcanzó su cenit en las primeras décadas de siglo XX: novelas, cuentos, obras teatrales, ensayos de crítica social, periodismo, filosofía; un inmenso muestrario de las inquietudes de una sociedad que se comunicaba de manera tan particular, con ese léxico tan rico y especializado en las cuestiones sociales y humanas, con esa lengua del alma.

Actualmente, más allá del instituto IWO en Nueva York, la fundación IWO en Buenos Aires y otras instituciones similares ubicadas en diversas ciudades alrededor del mundo, junto con algunas universidades en las cuales es posible estudiarlo, el idish está arrinconado, casi condenado a una vida puramente académica, a ser una vieja nostalgia. Las comunidades “jaredí” son la excepción a esta declinación. En algunas de dichas comunidades de las cuales cabe mencionar las del Parque Borough en Brooklyn, Williamsburg y Crown Heighs; Lakewood en Nueva Jersey y Amberes, en Bélgica, el idish es la lengua vehicular: utilizada tanto en casa como en las escuelas.
La etapa temprana del idish

La denominación idish es mucho más reciente que la propia lengua. Aparentemente se utilizó ese nombre por primera vez a mediados del siglo XVII. Antes recibió diversos nombres, en general con tintes más o menos negativos: loshn-ashkenaz (lengua de Ashkenaz), o mame-loshn (lengua materna), en contraposición con el loshn-koidesh (idioma sagrado) con el que se hacía mención al hebreo. La palabra idish -de la alemana jüdisch (judío)- abarca aproximadamente del año 1000 al 1250 d.C. Es la etapa previa al contacto con las lenguas eslavas. Período de peregrinaciones desde el Este y centro de Francia y del norte (Lombardía) de la Italia actual hacia el valle del Rhin (Lorena y Alsacia), llamada Ashkenaz.

Era el nombre hebreo medieval de esa región europea debido a una vieja creencia rabínica de que Ashkenaz, hijo de Gomer y, por lo tanto, descendiente jafético de Noé, era el ancestro de los pueblos germánicos. En este lapso de tiempo se ponen en contacto los elementos primigenios de la futura lengua: el Laaz o Loez (lenguas romances: francés e italiano antiguos), el hebreo-arameo y los dialectos germánicos.

La Etapa Antigua comprende el período entre 1250 y 1500 d.C. Se produce en esta época el contacto con los eslavos y con los judíos de habla eslava, primero en el sur de Alemania y Bohemia, luego en Polonia (donde fueron invitados como comerciantes) y aún más hacia el Este. Esto se debió a las migraciones de los judíos debidas a las Cruzadas, inicialmente, y después a la Peste Negra, de la que los judíos eran considerados causantes.

En las regiones eslavas, los judíos hablaban una lengua basada en el eslavo, el Knaánico o judeo-eslavo. Knaán era la denominación para las tierras al Este del río Elba.

La Etapa Media, entre loa años 1500 y 1700, supuso la expansión hacia el Este y la retracción en Alemania.

La Etapa Moderna, a partir de 1700, vivió el lento declinar del idish en el Oeste de Europa, en contra de la vitalidad oriental. Con el desarrollo de medios de comunicación y una literatura consciente de sí misma a mediados de 1800, se logró una formación supra dialéctica rápidamente ascendente apenas apoyada en patrones germánicos.

El idish demuestra, de acuerdo al afamado lingüista Max Weinreich en “History of the Yiddish Language”, que los judíos nunca estuvieron aislados del mundo exterior. “Si los judíos que llegaron a la región del Rhin hubiesen estado aislados de su entorno, el componente germánico no habría podido asumir las proporciones actuales”, argumenta. Ahora bien; la alternativa al aislacionismo no era la absorción o asimilación, sino la separación. “Los judíos eran un grupo cultural en sí mismo… y de no haber sido por esta separación, habrían sido engullidos lingüísticamente poco después de su llegada. En cambio, se produjo una fusión en la que los componentes no germánicos jugaron un papel primordial”, aclara.

Lo que separaba a la comunidad judía anterior al siglo XVIII de su entorno era la religión, comprendiendo este término un sentido más amplio: una filosofía de vida, una manera de pensar. Este hecho se ve claramente en la fraseología y en los proverbios que, como en cualquier idioma, reflejan el mundo conceptual de la comunidad. Y en el caso del idish, su ascendiente es evidente: la cultura talmúdica.

 

La fusión

“El idish es el Robin Hood de las lenguas. Le roba a los lingüísticamente ricos para entregárselo a los nuevos e inexpertos pobres”, Leo Rosten

 

Weinreich indica el punto de partida del idish: “Bajo circunstancias particulares, ciertas porciones de las lenguas alcanzan su punto de fusión; entonces, la unión tiene lugar. Las porciones afectadas emergen conformando un nuevo lenguaje amalgamado. Se trata de una estructura lingüística única, separada de sus predecesores y regida por sus propias reglas. La fusión, por tanto, puede definirse como un continuo y acumulativo proceso de sistematización”.

Se va pergeñando una intrincada fusión, con modificaciones impredecibles de los elementos fundacionales y de los propios catalizadores sociales. Muchas palabras que derivan de otra lengua han recibido significados específicos en idish, y muchos elementos del idish no tienen correlación con sus respectivos contribuyentes. Pero también las modificaciones internas a esa compleja fusión contribuyeron a la singular formación del vocabulario: el principio particular que unía las partes como una sustancia cementante y selectiva, tomaba unas porciones de los idiomas de referencia y dejaba de lado muchas otras.

Incluso se preservan en el idish elementos de aquellas lenguas originales que desaparecieron en sus formas presentes. Una especie de banco contra la acción del tiempo, un museo que no sólo cuida sino que incrementa la memoria: una forma de agradecimiento por cesión pretérita.

Toker hace hincapié en lo interesante de observar las funciones particulares que asumen los componentes germánico y hebreo en el idish. “Los términos provenientes del alemán designan, en general, objetos y tareas comunes, mientras que los venidos del hebreo tienen una connotación santificada”, señala.

Quizás el hecho más sobresaliente o decisivo haya sido su corrimiento hacia el ámbito eslavo y su desligamiento de la normativa germánica. Este movimiento le daría los aspectos gramaticales definitivos y ese condimento único, íntimo y hasta festivo: el sustrato necesario para germinar singularmente. A la par de enriquecer al idish no sólo en cuanto a vocabulario, sino a través de una reorganización y remodelación de la propia fraseología y los modismos eslavos.

El polaco es la principal dentro de las lenguas eslavas tributarias del idish, seguida del ucraniano y el bielorruso. También, y en menor medida, el checo, cuyos contactos son aún anteriores al resto de lenguas eslavas; y el ruso, el más reciente. El riquísimo folklore de las lenguas eslavas, trasvasado y convertido al judaísmo, le agregó, en palabras de Toker: “Un sabor inconfundible, comprometido con las emociones y los afectos. Este componente eslavo… fue el que terminó por diferenciar al idish claramente del alemán y de todos sus demás progenitores”.

A su vez, la naturaleza de la mixtura hizo que sea extremadamente complejo computar las proporciones léxicas con que contribuyeron las distintas lenguas tributarias. Es, además, complicado debido a que esa combinación se encuentra en una misma palabra simultáneamente. Por ejemplo, la palabra “shlimazlnik” (desgraciado) se puede descomponer en sus componentes elementales, provenientes de… tres fuentes distintas: la conjunción shli, partícula negativa del alemán; mazl, suerte, en hebreo; y nik, terminación eslava que sirve para atribuir una cualidad a una persona.

Benjamín Harshav, en “The Meaning of Yiddish”, dice que el idish fue una lengua invariablemente abierta a nuevas expresiones ya que tendía a ser hablada por personas que sabían, de mejor o peor manera, al menos otro idioma. Esto hacía que la ironía siempre estuviese a mano, ya que cada palabra puede pertenecer a varios grupos heterogéneos y contradictorios de significaciones y situaciones.

Esto se refleja en su vocabulario, fértil en los terrenos de la percepción, que ha hecho del idish un idioma particularmente rico en palabras para la delimitación de tipos de caracteres, logrando así un sentido de diferenciación muy agudo, tanto, que muchas palabras no tienen similares en ningún otro idioma. En la introducción de su libro “Meshuggenary: celebrating the world of yiddish”, Payson Stevens, Charles Levine y Sol Steinmetz lo resumen con acierto: “El idish sostiene un espejo incisivo que refleja la profundidad psicológica que puede describir a un tipo de carácter específico de veinte maneras distintas”.

 

© Marcelo Wio

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