Godot, varado

La brisa, o lo que fuera ese tránsito de aire y partículas disminuidas, pasaba ordenadamente, como una procesión de suspiros, por el pueblo. En las calles de tierra endurecida, el polvo estaba manso y las conversaciones apenas se morían en las inmediaciones de quienes las elaboraban, más como una rutina de reconocimientos que como un método para transmitir ánimos o lo que tocare. Pueblo, lo que se dice pueblo, no es; apenas un rejunte de casas que parecen pedruscos erráticos y exiguos que fueron arrastrados y depositados allí por la crecida de un torrente prehistórico. A su alrededor una llanura mediocre e interminable, de pastos resecos y una arenisca que envejece prematuramente los rostros y los ánimos.

Algo más alejada del pueblo, una estación de tren: una estructura de columnas de metal carcomido, techo de chapas (alguna falta) y una caseta. El andén breve está sobrepasado por los yuyos que crecen entre las vías que ya no se ven – a esta altura, hay que tirar de fe para confiar en su existencia. Allí hay dos figuras: el atardecer las define, como, acaso, nos defina el entorno, aunque porfiemos personalidades. Una de las figuras mira hacia uno de los confines a los que se aventuran las vías. La otra está sentada en un banco de metal, mirándose las alpargatas. Esta pregunta: ¿Qué hace aquí?

¿Aquí en la estación o aquí en el pueblo? – responde la otra figura.

Es lo mismo.

No es lo mismo. En la estación puedo estar perpetrando dos esperas: la del tren que me lleve a donde sea; o la del tren que traiga a quien sea que estoy esperando. En el pueblo sólo se puede esperar la muerte.

No, no es lo mismo.

¿Ve?

¿Qué cosa?

Nada. Es una forma…

Ya, ya, me distraje.

Suele pasar.

Todo el tiempo.

Bueno, lo que se dice todo el tiempo, tampoco. De tanto en tanto, cuando uno anda rumiando algo, o cuando la charla le interesa más bien poco.

En este caso era lo primero.

¿Qué anda pensando?

No entiendo por qué espera. Qué sentido tiene. ¿Sabe cuándo pasó la última vez el tren?

¿Qué importa la vez anterior, si yo espero esta?

Porque las experiencias pasadas nos dan la posibilidad de anticipar, de adivinar…

No venga con astrologías. Espero porque tengo que ir. Me esperan.

¿Quién?

Quién, no; quiénes. Estragón y Vladimir.

¿Quiénes son?

Dos que me esperan…

¿No los conoce?

No es una cuestión de conocimiento, es más un asunto de… cómo decirlo… de convicción atávica… o algo así…

No entiendo…

Yo tampoco entiendo del todo. Pero, acaso ¿alguien entiende todo? Es más ¿alguien entiende algo meridianamente bien?

Hombre, pero no tener ni saber por qué uno se ve compelido a ir al encuentro de dos seres a los que ni siquiera conoce… Eso es mucho desconocimiento.

Qué quiere que le diga, a mí me escribieron la vida así; como a usted se la escribieron llena de interrogantes que pretende que se los despeje el primero que se le cruce.

No se enfade, caballero.

Si no me enfado, me pongo un tanto enfático. Cuestión de carácter.

¿Hace cuánto espera?

Desde el 5 de enero de 1953.

Qué memoria.

No tengo muchas cosas para recordar.

Eso ayuda.

Ayuda… Y usted ¿qué espera?

Yo no espero. Yo observo.

Es decir que ya dejó de luchar.

Sí…

¿Hace cuánto que no lucha?

Hace mucho… Tanto, que probablemente nunca haya luchado.

¿No quiere empezar a hacerlo?

Ya es tarde.

Nunca es tarde.

Ahora sí, es la hora de cenar.

Claro. Si quiere lucharle al tiempo, y si el tren no pasó antes, mañana véngase a darle unas trompadas conmigo.

Vendré; sí qué vendré. Espero que el tren no haya pasado.

En el caso de que hubiese pasado, espere el siguiente. Quizás el mío no sea su tren…

Quizás… Hasta luego.

Buenas noches.

© Marcelo Wio

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