Ahorafulness

Cuando pienso en todos los sitios en los que no estoy (ni he estado, ni estaré), y en todos los que no soy (siempre más auténticos que yo) ni seré… Cuando pienso en esas dos lejanías, se me angostan las mangas de la camisa y el tiro de los pantalones. Y si pienso en ello un poco más de la cuenta – sí, a veces uno se despista y se deja arrastrar -, se contraen los bolsillos y hasta me desaparece alguna moneda. Pero cada vez me da menos por esas extravagancias. Porque, además de estos síntomas, últimamente me daba un algo como de ansiedad y flatulencia o similar – unas sudoraciones y sofocos con participaciones gaseosas que me parecía a uno de esos delicados petimetres de antaño, o uno de ahora, de esos lugares que no habito (inglés o francés, probablemente, por las maneras). Así que, ahora me dedico a estar donde estoy y a ser quien soy; que, por otra parte, es lo único que uno puede hacer y ser: cuestión de geografía, masa y energía y circunstancia. Puro presente, digamos – lo único que, repito, tenemos: el resto, lo otro, lo demás, lo ajeno, lo allende al ahora, son construcciones (sí señor, el pasado también: la memoria está preñada de necesidad, de inseguridad o de soberbia actual). Ya soy casi como autóctono del instante que ocupo cada vez. Como si no tuviera historia en otros momentos, pasados; y como si no tuviera proyección, anhelo, que excediera el periquete que me contiene, extendiéndome a un tiempo que aún no es más que en la prepotencia de los calendarios, en la desesperación del deudor o la cobardía del indeciso. Obedezco, pues, la rutina que he aprendido, y la sigo a pies juntillas – los pies no tan juntillos, que si no uno ni sigue ni nada, tan predestinado al porrazo como anda: del trabajo al café, de allí a casa – los viernes, antes, al club de ajedrez (a mirar partidas, porque el juego implica cálculos que involucran acciones por venir) y, luego, a casa de Elvira a cumplir con el noviazgo que para mi siempre es novedoso y que para ella, pobre, tan de ir al futuro en esas ensoñaciones suyas, pobre, comienza a revelarse como una inmerecida trampa de la que ya no va a poder salirse. A todo esto, algún que otro domingo, si me moviliza un poso de costumbre más aislado, voy al hipódromo a observar los caballos (la apuesta está evidentemente descartada por ser una ocupación que depende exclusivamente de lo que uno estime, o desee, que ocurra a posteriori. Quizás alguna vez, cuando andando paso frente a una embajada y veo un escudo o una bandera, me da por pensarme (o comenzar a pensarme) durante unos segundos en esos sitios, en imaginar esa realidad, en esa coyuntura. Pero enseguida me repongo. Respiro profundo, me acomodo en el ahora (como quien se amolda a un sillón), y sigo el camino que el hábito trazó para mí. Todo se resume en una sola cosa: disciplina del ahora. Ahorafulness, que le dicen.

© Marcelo Wio

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