Conversan
las ausencias en el salón deslucido. Los boatos
no han dejado ni ecos ni restos. Las cortinas
desgarradas. Las ventanas
sin cristales. El suelo de parqué
extinguido: un cemento arrugado, en su lugar. El techo
herido de eccemas; cayéndose a pedazos,
nieve triste.
Se dicen
vacíos sobre una época
de la que no están seguras
de haber participado. Nombran
instantes: brindis, discurso, vals, recepción
y un horror soslayado, siempre
ajeno.
Y todo
tiene la resaca del sonido en sordina
de las copas
y las voces y las risas mesuradas
y los brillos y las telas
y los prestigios como afeites
y estirpes y dignidades indudables
que acaso nunca.
Después callan
los mutismos sobreentendidos
sostenidos
de las arañas sin luz
ni abalorios reflectantes: meciéndose
entre una nada y la siguiente: como si trazaran
charcos de memoria
u obstinación:
entregarse a la reconstrucción
de un ayer inverosímil. Creer que las des-voces
recompondrán la arquitectura. Y que ésta
restaurará las existencias. Aquellas que jamás
en ese salón. Ni en ninguno parecido.
© Marcelo Wio
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