Estábamos como la ropa secándose al sol. Untados de limpieza, flotando. Pero creímos que éramos la prenda y el tendedor: que podíamos reproducir ese proceso, esa sensación, a voluntad. No sabíamos aún de esos sacrificios que reclaman audacias y sangres. Desconocíamos los límites, y creíamos en zenonianos ardides y en la revolución y en la emancipación de los rencores embalsamados y mantenidos en frascos con ozono y humillación. Y nos calzábamos una boina como si aquello fuese un marco ideológico y no un pedazo de tela gruesa.
Estábamos como los primeros días de enero: abrigados y nuevos y ebrios de novedad y propósitos. Estábamos. Aún. Y ahora, tan dispersos, como contratos rotos – ¿alguna vez cumplimos alguno de los interminables artículos con incalculables incisos? Tantos compromisos que habíamos suscrito con nadie, con todos, con el porvenir, con la Historia. Tantas dignidades que reestableceríamos e instauraríamos. ¿Tienes una copia de aquellos sueños? ¿O eran desvaríos?
Estábamos como el suicida frente al instante: sin decisión, sin temor, sin suelo ni precipicio. Estábamos sin estar: siempre más allá del presente, del momento: en el futuro sin tiempo ni responsabilidad. ¿Y ahora? ¿Estamos? ¿Dónde estamos? ¿Somos la consecuencia de la decisión del suicida? ¿Somos otra oportunidad? ¿Para qué? ¿Para secarnos del todo, al sol o a la sombra de ese futuro que ahora es presente? ¿El presente es la asunción de la derrota – de la parte que nos toca de su distribución inequitativa?
¿Realmente estuvimos alguna vez?
© Marcelo Wio
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