En 1965 se publicó El Banquete de Servero Arcángelo, novela del escritor argentino Leopoldo Marechal – autor de Adán Buenosayres -, que María Rosa Lojo calificó de “fascinante enigma alquímico-policial” en un artículo publicado en el diario argentino Página12.
La novela de Marechal contiene un episodio mínimo – acaso tangencial, secundario -, pero que, aun así, presenta una tierna escena que, además, en mi opinión lega – seguramente precipitada, y posiblemente irrespetuosa -, encierra un resumen o una decodificación de la novela: una suerte anticipo del desenlace de la participación del personaje central – o centralizador, si se quiere – (y narrador de los inverosímiles eventos), Lisandro Farías, en la historia.
Más allá de exégesis literarias, Farías atraviesa a lo largo de la novela una serie de instancias o pasos que parecen conducirlo a en un proceso de tinte iniciático a la inversa: un regreso al ideal “Paradisíaco”, a la infancia de la Humanidad, si se quiere.
Por lo que no resulta casual que hacia el final del relato, Farías viva una situación en la que es difícil discernir al adulto del niño – y qué mejor escenario, para representar la metáfora, el acto, el drama, que un improvisado y precario campo de fútbol:
“Recuerdo que mi ‘flamante niñez’ me llevó ese día mismo a salir de la casa en tren de aventura. Llegué a un potrero donde algunos chicos de las ‘villas miserias’, ordenados en dos teams, jugaban al fútbol con una sucia pelota de cuero. Seguí con atención los incidentes de la cancha; y de pronto, sin refrenar mi entusiasmo, abordé al chiquilín que capitaneaba el juego y le solicité con humildad que me dejara entrar en él.
-¿De qué club sos vos? – me interrogó él, estudiándome de pies a cabeza.
-De Boca Juniors – le respondí orgullosamente.
El capitán se reunió con los jugadores, hablaron todos en secreto, y en seguida, regresando a mí, el capitán me dijo:
-No se puede.
-¿Me dejan hacer un tiro al arco? – insistí yo en mi desconsuelo.
El tiro me fue acordado: un chiquilín instaló la pelota y el arquero se mantuvo en guardia. Yo di una carrerita, ubiqué mi shot, y la pelota salió desviada, frente al arquero que dio un salto inútil en el vacío.
-Sos muy pibe – me consoló el capitán, lleno de una extraña misericordia -. Volvé la otra quincena”.
El mensaje parece ser: Eres un adulto muy “niño”, muy “inmaduro” para jugar como un niño; para, en definitiva, ser un niño…
Casi una premonición del desenlace: la incapacidad de Farías de “comprimirse”, de manera permanente, en ese estado inicial.
A fin de cuentas, el propio Marechal aclaraba en la introducción, que El Banquete es “una novela de aventuras… [que] se dirige, no a los niños en tránsito hacia el hombre, por autoconstrucción natural, sino a los hombres en tránsito hacia el niño, por autodestrucción simplificadora”.
© Marcelo Wio
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