En guardia

Desnudos, los dos. Ella y él. Espalda contra espalda. De pie. Sobre la cama deshecha. Horrorizados. Sin saber a quién aguardan con esa tensión. Las tripas revueltas. Con la sensación de estar a punto de vomitar bilis, porque no hay nada más, o no hay recuerdo de haber ingerido nada. El ventilador de techo lanzando un aire espeso, viscoso, del que casi pueden intuirse vórtices y formas ondulantes. Desnudos. Espalda contra espalda. Pegajosas de sudor añejo. Apuntando las miradas hacia las paredes desnudas de la habitación en penumbras. La persiana bajada deja pasar leves ojales de luz de las dos y tantas de la tarde y ruido de coches y ajetreo caluroso. Esperan. Qué otra cosa pueden estar haciendo en esa posición desesperada. Esperan fatalidad. Qué otra cosa pueden hacer dos, desnudos, así dispuestos, sobre una cama. Soldaditos frágiles, sin bandera ni propósito. Las sábanas como lava blanda y blancuzca, como espuma de mar coagulada sobre la cama: ciertas geologías de entreveros. ¿Y si se espantaron de una esperanza o algo que se urdiera en esa cohesión que delatan las sábanas o la lava o la resaca reseca de un mar desvanecido? ¿Y si se están buscando pero no se encuentran? ¿Y si no se quieren encontrar; y las espaldas, cómplices? ¿Cuánto pueden estar así, haciendo de cuenta que no se enteran? Cuando cedan claudiquen a la realidad, ¿se mezclarán, para no decirse, para ahuyentar esa perspectiva que pueda andar cuajando? Por ahora, desnudos. Los dos. Espalda con espaldad. Apoyados en la negación.

 

© Marcelo Wio

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