Dos hechos inverosímiles – pero muy ciertos

1.

En un país que ya no existe – de los muchos que fueron absorbidos por imperios y ambiciones, para luego, como un coche robado, ser desguazadas sus identidades y vendidas (o perdidas) por piezas – se habían embarcado en la modernización de sus infraestructuras tanto económicas como sociales. Se trataba de un ambicioso proyecto que pretendía ser concluido antes de diez años.

El plan copiaba casi punto por punto el programa llevado a cabo con enorme éxito por otro país del continente. Así, en los papeles, todo parecía adecuado. El problema surgió casi inmediatamente y se debió, en primer lugar, a la falta de adaptación del proyecto a las circunstancias propias del país (casi un cuarto del tamaño de aquel otro país; y con una riqueza nacional que podía considerarse como indigencia nacional, comparada a la boyante economía de la nación cuyo plan se adoptó).

Las autoridades competentes no se percataron ni temprano ni tarde de este desajuste evidente entre programa y concreción. Siguieron con el proyecto o, más bien, con una libre interpretación del mismo, que llevó a una serie de obras que, debido a la ausencia de parte esencial de sus elementos, carecían de significado – y, si alguna vez los ciudadanos llegaron a darle alguno (es decir, alguna utilidad), no fue ni de cerca aquel que tenía en el resto del mundo.

Una evidencia palmaria de este desarreglo fue la red ferroviaria. O, más bien, la ausencia de esta. Se edificaron las estaciones de tren, sí; numerosísimas – para un país cuatro veces más grande, precisamente; de hecho, en varios casos entre dos estaciones no llegaba a haber siquiera un kilómetro, modernas, con arreglo a la arquitectura tradicional del otro país, y sin vías que conectara a unas con otras. Se le explicó al público que aquellos eran lugares de tránsito: llegadas y partidas; básicamente, lugares para esperar entre dos instancias. Así pues, la gente, sin saber qué era lo que se esperaba, ni quién debía llegar o cómo debía uno irse desde allí, se dedicaron a juntarse a esperar que sucediera algo. Con el tiempo, sólo fue un lugar más en el que ir a ventilar los cotilleos de siempre adaptados a una nueva víctima.

2.

Maximus Bērziņš trabajó en el proyecto Manhattan. Era (tiempo verbal no del todo cierto) un físico del montón, de los que realizaron tareas menores en dicho proyecto. Estas tareas lo llevaron, como a tantos otros, a verse expuesto a una gran cantidad de radiación. Pero, a diferencia de los muchos que a consecuencia de esta exposición padecieron de cáncer, en Bērziņš los efectos de esta se manifestaron de una manera muy particular. Pero que muy particular.

Excitados todos sus átomos hasta el límite mismo de su cohesión, comenzaron a intercambiar primero electrones, y luego átomos enteros, con aquellas personas y, más adelante, con todo organismo vivo, con los que entraba en contacto –a partir de un metro de distancia, aproximadamente (y según el organismo) comenzaba el proceso de trapicheo. En su caso, esto se daba sin dolor ni mudanza aparente – según afirmó el propio Bērziņš, y según podía verse al principio de su condición -; más en el caso del resto, esto provocaba no sólo un cierto malestar, sino también mutaciones que, si bien en general no tenían consecuencia (más allá de la necesidad de una sencilla intervención quirúrgica para extirpar lo que, o bien era un quiste incipiente o un tumor ya bien manifiesto). Bērziņš fue aislado en un laboratorio cercano a Los Álamos. En realidad, a esa altura, decir que era Bērziņš, es un tanto aventurado: tanto átomo había intercambiado por ahí, que podía también afirmarse con cierta pertinencia (era dado a los paseos por la sucinta y arisca naturaleza de la región), que era un cactus o un armadillo.

Su caso fue un secreto hasta hace unos meses, cuando en un zoológico de California un coyote donado por el Laboratorio Nacional de Los Álamos comentó el caso ante los estupefactos cuidadores. Un canal local, alertados por estos, realizó una entrevista que el gobierno alcanzó a detener antes de que se difundiera masivamente. Aparentemente, el nuevo personal no estaba al tanto de Bērziņš y su particularidad, y ni se preguntó que hacía un coyote en aquella sala inmensa.

Se ha podido saber que la mencionada sala sigue vacía. Algunos han columbrado la posibilidad de que Bērziņš vaya ahora por la vida con un aspecto que es una mezcla de los guardas del zoológico.

© Marcelo Wio

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