Dos cositas de nada

Gestos, o gestaciones. Ahora o después. Va dando lo mismo en esta hora de lapsos que se angostan en otro instante tan igual a todos los anteriores, de manera que bien podría ser el mismo, estancado. Digestión de vida, dijo un agrimensor que le andaba midiendo las posibilidades a un amorío que moraba del otro lado de un valle de difícil acceso.

Igualmente, no sé a qué viene esta disertación de lo más desacertada, que no dice nada y que no introduce tema alguno. Y tema hay. No es que sea de una importancia de esas que duelen no conocer. Más que tema, es anécdota. O dos. Las he oído por ahí. Por ahí suele ser un mismo lugar en el que las palabras se juntan para conversar personas e invenciones benévolas. El sitio del tal rejunte es un café de esos de antes. De antes de que pusieran los nuevos: tan sin identidad, de lucecitas dicroicas y pastelería de carcinógenos. El nuestro es un café de cruasanes acaso endurecidos, pero sanos como el beso de una madre poco dada a las sensiblerías, pero con un cariño de entregas y renuncias. De mesas de madera (el café; no la madre). De barra de madera gruesa. De mozos con transpiración con alcurnia. Allí. En una mesa contra un ventanal que da a una avenida que no ha cambiado en varios años: los últimos cincuenta – que son los que alcanzo a confirmar por mera duración paralela -.

En esa mesa, pues, frecuentada por fracasos y logros fingidos varios, siempre se refieren historias de dudosa veracidad. Hecho que las hace mucho más interesantes, puesto que las aleja del rumor, y las incorpora en una posible mitología futura.

Uno de esos decires sostenía que el filósofo Von Wertein – exiliado en nuestra ciudad porque estaba convencido de estar siendo buscado por cazadores de nazis; de dónde sacó esa idea Alfredito Von Wertein, nacido en Lima, Perú, en 1951, es un misterio – anunció que se había respondido, a sí mismo, y de carambola, la pregunta que acogota al hombre desde que este piensa en algo más que la próxima alineación de Atlético Defensa o los números que jugará a la lotería: para qué andamos como acné persistente por la faz de la tierra. Lo hizo al observar el rostro satisfecho de su hijo recién nacido luego de desprenderse de una generosa teta materna – que en el filósofo provocaba regocijo similar; o mayor -. Largó la filosofía a la mierda ipso facto (en un lapso de dos o tres años posteriores a la iluminación). E instaló una carpintería. A Alfredito se le daba bien la ebanistería: del lado de madre le venían esas habilidades. Eso dijo él. Y poco más se sabe del ex filósofo – a todo esto, no está de más decir que la filosofía no se enteró de su deserción: era muy marginal Alfredito; tanto que se duda seriamente que fuese filósofo -. Lo que se sabe, y esto a ciencia cierta, es que el hijo del filósofo – hijo único; que le respondió la pregunta que dio en el busilis mayor – fue apresado en dos oportunidades antes de cumplir los diecisiete años. La primera en Leipzig, a los quince años, luego de escaparse de casa – andaba con pretensiones de búsqueda de raíces -; la segunda, en Montevideo, ya adentrado en ímpetu de malevajes y trastornos variopintos. En las dos oportunidades, acusado de violación seguida de muerte. En ambas oportunidades se fugó de los penales que debían retenerlo. Fue abatido, finalmente, a los veinticuatro años, en Asunción del Paraguay. Se le adjudican no menos de cuatrocientas violaciones, asaltos y asesinatos. Lo que conduce a pensar que, no sólo el filósofo pifió soberanamente en la interpretación de unos signos más bien telúricos y repetidos, sino que esta rama que pretende conocimiento debe ajustar sus métodos de manera urgente. Russell, un inglés poco inglés, anda en eso, aseguran. Y algún otro. Pero estas historias son menos interesantes.

Para cautivante, esta otra de esas coartadas que nos contábamos para no contarnos. La refirió un viejo que poco aportaba al fondo común de palabras. Dijo que un tal Meneslao, que vivía fuera de la ciudad, tenía un cuervo que padecía de vértigo – dicen que un inglés gordo y dado a la bebida le robó la historia e hizo dos películas que le dieron no pocas libras y fama y más whisky -. El pájaro en cuestión – ‘El cura’, así lo había nombrado Meneslao: de negro, sin vuelo, pura homilía – arrancaba un coraje breve que lo llevaba a elevarse a unos dos o tres metros del suelo, momento en el que miraba para abajo, sobradito, se mareaba y se cagaba de miedo. Pero se cagaba literalmente. Bajaba desesperado y se revolcaba en el suelo, como queriendo cerciorarse de que ya había descendido, de que era un ser eminentemente terreno. El curita, después de uno de esos incidentes, no volvía a aletear durante unos días.

Meneslao, viejo bueno, para ahorrarle los padeceres de altura – porque la naturaleza tan aviar lo llevaba, irremediablemente, a someterse a la desesperación del despegue y de los metros -, le cortó las alas. Ya sin alas, el cuervo comenzó a crecer. A lo alto – sobre todo -. Tanto se alargó, que al poco igualó la altura del viejo Meneslao- que no es que fuera gran cosa, pero para un cuervo, te la regalo -. Una noche de kermés en el pueblo, una chicha querendona lo confundió con un compadrito de esquina y un futuro favorable. Dicen que dicen – porque nadie se quiere hacer cargo – que ese cuervo es el abuelo de un tal Poe. Pero a las habladurías hay que darles un crédito limitado: desde la mesa del café, hasta la puerta de calle – unos veintipico de metros, más de los que hubiese volado el cuervo -.

Y así. Pasábamos el tiempo. Entre gestos, o gestiones, o gestaciones de ideas o de evasiones. Lo mismo da a esas horas en que nos encontramos un tanto deshechos, pero sin ganas de recomposiciones: sólo ejecutar una simetría acabada: cambio sin cambio. Convencidos de que el porvenir es lo que se va haciendo, al ejercer en el presente – futuro cognoscible- : así pues, cuanto menos ser revuelva el ahora; más mansito será el después.

© Marcelo Wio

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