Ah, quién pudiera cantarle un falta envido a aquella muchachita… – pensó Anselmo, sentado en el banco frente al malecón.
A su lado, Ernestino le respondió: Cierto… Parece la obra de una de esas pintoras con complejo de fealdad que transfieren a su creación todos sus deseos. Las bellezas artísticas de este mundo serían imposible sin los feos – o aquellos que creen serlo. La belleza humana embrutece a sus poseedores. Míreme a mí, sino…
¿Lo dije en voz alta? Estoy seguro de haber pensado la idea, solamente – Anselmo.
Lo pensó muy alto.
Últimamente me sucede mucho. Por eso intento estar fuera de casa el mayor tiempo posible, para evitar conflictos con mi señora – que además, siempre ha tenido un oído muy fino.
Los dos hombres miran el horizonte.
¿Se ha dado cuenta que últimamente está amaneciendo torcido? – Ernestino.
¿Cómo?
Inclinado, chueco, escorado…
Conozco el concepto. Pregunto: ¿cómo es que amanece torcido?
Yo sólo constato un hecho; desconozco su funcionamiento o malfuncionamiento, según se mire. Pero fíjese usted, ptee con atención… Es el horizonte el que está ladeado; como si estuviese cojo… como si le hubiesen sacado un caballete del lado izquierdo.
¡A la flauta! Es cierto… ¿Cuántos grados le calcula, así a ojo de buen cubero?
No mucho… unos quince grados de inclinación…
Sí… Tal vez no llegue a tanto.
Más bien en la decena.
Incluso más del lado del nueve que del diez.
Más en un dígito que en dos, sí.
Ahora que noto este… fenómeno. Porque podemos denominarlo fenómeno, ¿no?
Claro. Lo nombramos como se nos ocurra. El “fenómeno geodésico de Anselmo y Ernestino”.
Eso mismo. Y cuento de este percatarse, últimamente he notado que la mayor parte de las esquinas no doblan.
¡Es cierto! Sentía que algo extraño ocurría en mis paseos mañaneros y no podía especificar el asunto. Y mire que no poder doblar en una esquina es un suceso por demás evidente…
Lo es, lo es… Al punto que creo que ya casi no quedan esquinas que doblen.
Lo que terminará por configurar una ciudad de calles paralelas inaccesibles unas a otras – en algunas intersecciones uno podrá advertir (o creer hacerlo) lo que sucede en otra de las… dimensiones, estoy tentado en decir; pero diré calles. La perpendicular, de todas maneras, no permitirá (ya lo hace en las que frecuento) relación entre los miembros de una y otra calle; por eso mismo, obrarán como suerte de limbos que, poco a poco, la gente irá evitando…
Una ciudad de meras calles aisladas, que no son parte del entramado que representan para un desprevenido, de esos de mapa en mano, cámara al cuello y sandalias con calcetines.
Dicho lo cual, y puesto que vivimos en calles distintas y paralelas, tendríamos que decidir si quedarnos acá sentados, o volver a los respectivos hogares y arriesgar la imposibilidad de un encuentro futuro…
Ah, los dictámenes ante los que nos enfrenta la naturaleza y sus incomprensibles ardides…
Es para mantenernos alertas, imagino…
El día parece estático: la misma luz estridente oficiando en el cielo blancuzco de calima. El viento quieto hasta la altura de los segundos pisos. La parsimonia habitual en el malecón.
A saber las causas que traerá esta consecuencia torcida…
Oh, amigo, nunca las veremos. Siempre tan distraídos por la simpleza apaciguadora de los efectos – casi un compendio mezquino del suceso -, no vemos las causas que siguen a continuación y que imprimen su causalidad en otra consecuencia de mayor grado.
Ya lo decía el inglés ese; Hume…
No tuve el gusto de conocerlo.
Tampoco. Pero alguien comentó que le daba por decir cosas como las que acaba de decir usted.
Y como a él y a mí, a tantos otros. Si venimos diciendo lo mismo, de tantísimas maneras distintas, desde que el último dinosaurio dijo “hasta aquí he llegado” y se tumbó a extinguirse un rato…
Breve interludio de silencio.
Acaso vaya siendo hora de ir al bar.
Tal vez vaya siendo hora… A ver si también las barras se nos tuercen, y los chatos de vino se transforman en agua.
No me venga con herejías, hágame el favor… Ande, vamos.
© Marcelo Wio
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