Ceremonia de lunes

Habíamos aceptado. Pero, ¿qué?

Que lo intacto no existe. Que todo termina por cambiar, degradarse, traicionar y succionar adyacencias: nosotros: somos proximidad de una simetría que no alcanzamos a entrever.

Le había llegado a decir esa seguridad. Una tarde. En un café. O en una esquina. Tremolé unas palabras nuevas, que se le habían escapado a la Sobrbona por el quicio de una discusión. Dos, despeinados, canosos, con abrigos aparentemente deslucidos, pero evidentemente caros. Dos, entre existencialismos y esencialismos subjetivos. De entre esos. Filtradas. Las palabras que luego. Pero claro, uno las tiene en el bolsillo, lustrosas, eminentes, y a la hora de disponerlas sobre la mesa, cae en la cuenta de que no es un dominó, que ahí hay un busilis o una trampa. Un desconocimiento. Una a una. Entre los sobres de azúcar y los pocillos de café y el cenicero abarrotado de Gitanes a medio fumar.

No fue así. Nunca puede ser así. Es más fractal. Se presiente la ley. Compleja. Ondeando en una circunstancia dinámica. Y uno mete el dedo. Y de pronto, todo determinismo ingobernable. Él metió el dedo en la sábana. Una perturbación. Y la cancelación de la posibilidad de alargar esa pereza de lunes al mediodía – hora tan de girasoles tristes -, y de pegotearnos un rato. Ese dedo. Esa depresión en la sábana que ladeó mi cuerpo y mi ánimo. Y no había retorno. Las palabras Sorbona, que vinieron después – ni esquina ni café; sólo pisito en calle sin lustre del arrondissement XIX -, ya no podían ni para un lado ni para el otro. Pero fueron una posibilidad de armar entelequias de lo más inútiles y desacertadas. Porque ni él, ni yo, duchos en esos territorios con esas palabras. Nosotros, más por el lado de Macedonio esquina Fernández. Metidos en un museo que ofrece tanto como poco tiene para (quiere) mostrar.

No, no puede ser. No pueden estar supeditadas. Las cosas. A las representaciones que sancionamos.

Puede. Es. Yo no soy yo, para ti. Soy, vete a saber: el sexo que resguarda de alguna inseguridad, que ofrece un aplazamiento; soy la imagen que eres cuando estoy a tu lado…

¿Por qué, entonces, tú, entre tantas?

Porque soy el símbolo que precisas, entre tantos.

Y yo el tuyo.

No, no te equivoques. Yo pertenezco a la larga saga de pitonisas falsamente obedientes; arteramente condescendientes… Serás el símbolo de algo que ya no distingo; que no preciso. Y por eso mismo. Desde el momento en que con el dedo ejerciste esa presión sobre la sábana, esa discontinuidad irrevocable. Ese cambio de paradigma. De marco contextual.

Eres tú.

Soy yo. Siempre he sido yo.

Eres tú la que ha perturbado algo.

Yo, tú. ¿Qué más da? Al final, siempre asombra el símbolo. Y nosotros ya no lo somos, el uno del otro. Desoímos esas simetrías ocultas: uno y su símbolo. Separados. Pero cada vez

Que se presiona la sábana.

O se muerde una el labio superior

No es tan tosca la realidad; no

De tanto en tanto, nos hecha a la jauría de posibilidades y azares

Azares no. No hay azar. Que no comprendamos el ordenamiento no nos autoriza

Que no lo comprendamos, no abole la posibilidad de que el ordenamiento sea un estado estocástico. Es decir, que no haya azar. El hecho de no comprender algo no es aval para la existencia de ese algo

El dedo en la sábana. Es un hecho. Lo que ya ha comenzado a ser, es un ordenamiento. El fractal crece. No sé por qué no dejarse llevar sin tanto sainete en un París que cada vez va siendo más Móstoles Central con avisos y prisas.

¿Por qué te sueltas?

¿Por qué te ases?

Porque no tengo símbolo flamante. No sé qué debo necesitar.

Acaso, eso mismo: nada. Posiblemente no debas ser nada. O sólo alguien que aguarda. Confinado a un espacio de estados enigmáticos, sin tender a ningún símbolo.Vete tú a saber.

Tu frialdad nueva…

Te atormenta. Lo sé. A mí también. Pero ya me acostumbraré, imagino. Venga, no te pongas melodramático. Fuiste tú el del dedo en la sábana. Tú cambiaste todo.

Yo sólo dije que habíamos aceptado.

Ahí lo tienes, pues. Y ahí está el metro. La realidad. Adiós.

¿Como si nada?

Adiós como si todo.

Dame una esperanza. Aunque sea mentira.

Mañana.

 

© Marcelo Wio

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.